domingo, 29 de noviembre de 2015

Resultado aleatorio

Cualquier pretensión de explicar el resultado de unas elecciones sobre la base de un resultado donde el 51 % elige la opción A y el 49 % la opción B será definitivamente acientífica y por lo tanto irracional y subjetiva. Es como si cada ciudadano hubiera lanzado  una moneda al aire, seguramente hubiéramos obtenido un resultado bastante similar es decir completamente aleatorio donde la posibilidad de que gane A es igual a la de que haga B. Ante un resultado completamente aleatorio nada se puede decir acerca de la  relacion de causalidad con un resultado particular.
 
Convalidar la legitimidad de un nuevo gobierno elegido en estas condiciones es una fromalidad banal.

El Péndulo

Por Claudio Scaletta

Indispensable sincerarse; tras el desgaste de 12 años de gobierno cualquier persona medianamente entrenada en el oficio de la escritura y la argumentación puede encontrar no menos de treinta errores del kirchnerismo, por poner un número cualquiera, escribirlos, alinearlos y ensañarse con mayor o menor talento para producir un texto crítico. El resultado puede ser un vómito, como varios leídos estos días o, si se trata de escribas afines, un intento tardío de reflexión sincera. De acuerdo a la estética conseguida el lector podrá decir “uy, sí, tiene razón”. Puros egos, la verdad de fondo es tácita. Hasta el último oficialista hasta el 10 de diciembre que mantenga alguna lucidez conoce las causas, los puntos débiles que llevaron al peor final de la administración que termina. “Peor” en tanto el gobierno pasará a manos de la derecha pura y dura.
Sólo dos puntos brillantes de los treinta cualquiera. Primero; se hablará hasta el hartazgo del estilo endogámico, de lo que pasa en los gobiernos cuando dejan de escuchar las voces de fuera de Palacio para cerrarse en la autocomplacencia de los cortesanos de paladar negro y las estadísticas ad hoc, un comodín siempre verdadero que ni siquiera comenzó con Luis XVI y que se rebautizará como las formas del kirchnerismo. Segundo; se repetirá lo más primordial; que la economía se frenó desde al menos 2012 porque los dólares para financiar el crecimiento se terminaron y el viento externo rotó a proa. Pero la verdad más cruel es que una semana más de militancia de base podría haber terminado con un resultado electoral distinto. O quizá no, duda tremenda en la que reside la crueldad de la verdad. Más allá de la enciclopedia de causas, la diferencia de votos del domingo 23 fue marginal. Los resultados, en consecuencia, fueron aleatorios. El cambio de clima de época no se registró en el humor de la población. Podría haber ganado cualquiera, con lo que la causa explicativa de la derrota podría ser también cualquiera. En todo caso habría que analizar la situación de empate técnico, con lo que la rueda vuelve a girar. Pero tranquilos, existe un piso de cuatro años para seguir construyendo listados flagelantes. Los libros ya comenzaron a escribirse. El presente, en cambio, es más urgente: no se perdió una elección, se cambió de modelo de país. Nada menos que otra vez “el péndulo argentino”.
No se trata de construir escenarios tenebrosos, aunque lo sean. Tampoco de asustar con el cuco, aunque ya no esté escondido. Urge ver lo estructural para estar preparados. ¿Son los nuevos funcionarios anunciados como Federico Sturtzenegger, Alfonso Prat-Gay o Carlos Melconian personajes maléficos, representantes de intereses oscuros y portadores de la voluntad de dañar a los trabajadores? Quizás el lector tenga sus juicios y prejuicios y no se equivoque, pero estas subjetividades son completamente irrelevantes para el análisis económico. Lo que los nuevos funcionarios si son, como cualquier economista, es portadores de una visión sobre el funcionamiento de la macroeconomía. Lo que sucedió el domingo pasado fue que por el voto popular una heterodoxia imperfecta fue reemplazada por la ortodoxia. Pero así dicho no alcanza, porque también existe la heterodoxia de derecha. En estos años se habló mucho sobre estas dos cosmovisiones macroeconómicas que dominan la disputa intracapitalista al menos desde la crisis de 1929. Es necesario seguir abordándolas, porque en el debate público estarán más presentes que nunca. La economía es una ciencia, lo que quiere decir que tiene leyes y relaciones causa-efecto: se sabe que determinadas políticas provocan determinados consecuencias, los resultados no son cuestión de azar.
La diferencia fundamental entre un heterodoxo y un ortodoxo es que el primero cree que el crecimiento es conducido por la demanda y el segundo que se necesitan crear condiciones para la oferta; cuestiones concretas como los bajos impuestos y salarios y etéreas, como la confianza de los mercados y el clima de negocios.
Si el heterodoxo es también peronista cree que los componentes más importantes de la demanda son los determinados por el nivel de salarios de los trabajadores. Concibe al rol del Estado como creador de demanda, sabe que los mercados son creados y retroalimentados por el Estado. Cree que para crecer hay que, primero, poner plata en el bolsillo de los trabajadores y rechaza la teoría del derrame. Sabe que las empresas invierten si tienen compradores para sus productos o servicios. Asume que el Gasto debe usarse para dirigir los ciclos económicos y que los déficit sólo pueden reducirse estructuralmente, con crecimiento. Descree de la existencia de mitos tales como el equilibrio de los mercados. Sabe, en consecuencia, que no hay un tipo de cambio “de equilibrio” y que el precio del dólar es una variable distributiva, aunque sepa que para sostenerlo en determinados niveles hay que tener con qué. Finalmente cree que el endeudamiento externo mal manejado puede convertirse en la forma más sutil del imperialismo.
El ortodoxo rechaza todas y cada una de estas afirmaciones. Cree que existe un nivel de tipo de cambio de equilibrio, una relación misteriosa entre base monetaria y cantidad de divisas disponibles, pero al mismo tiempo considera que un dólar caro, que por definición significa salarios bajos, mejora la competitividad de los exportadores. Estas ideas se relacionan con su visión ofertista de bajar los costos empresarios. Por la misma razón, el Estado debe ser lo más pequeño posible. Todos los manuales tradicionales de finanzas públicas intentan demostrar como los impuestos van en contra del nivel de actividad. Definida la cosmovisión puede predecirse la política económica: como se quiere un dólar alto, se hablará de “atraso cambiario” y se inducirá una devaluación. Como se quieren bajos impuestos, se reducirá el gasto. Como se cree en el equilibrio de los mercados se diseñará un programa de ajuste estructural. Como la formación del ortodoxo es más financiera y ofertista, preferirá la deuda a los impuestos, lo que a su vez determinará su geopolítica. Este paquete es claramente recesivo en cualquier lugar del planeta, pero el macrismo cree que lo compensará con un megaplan de infraestructura.
Todas las promesas de la campaña de la Alianza PRO fueron de reducción de ingresos; desde retenciones a Ganancias. Sobre recortes del gasto sólo se habló de los subsidios a la energía. Dada la profesión de fe en el equilibrio presupuestario, más recortes serán inevitable salvo que se crea que también los gastos corrientes se financiarán con deuda o que realmente se acepten tonteras mayúsculas como la curva de Laffer. En todo caso el endeudamiento para gastos corrientes no sería un dato nuevo. Quizá las generaciones más jóvenes no recuerden que cuando se creó el escandaloso negocio de las AFJP se desfinanció al régimen público, lo que disparó el déficit fiscal y, en plena convertibilidad, se cubrió con endeudamiento externo. Condiciones similares para el desfinanciamiento de la Anses acaban de ser creadas por un fallo de la Micro Corte Suprema de Justicia Independiente que conduce Ricardo Lorenzetti, que dio curso a los reclamos multimillonarios de algunas provincias por retenciones sobre la coparticipación. Las excusas que servirán para el ajuste ofertista contra los salarios ya fueron creadas. A ello se sumará el componente tradicional de la herencia recibida. Ahora sólo falta que llegue el 10 de diciembre. Lo que es seguro es que ya no se trata de parte de un ciclo Stop & Go, sino de simple Rewind. No es momento entonces de seguir llorando causas, sino de estar atentos a lo que puede costar años revertir cuando regresen tiempos más venturosos.
 
Artículo publicado en el suple Cash de Pagina12 el domingo 29 de Noviembre de 2015
Por Claudio Scaletta

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Ganar la calle

Hay muchos asombrados, dolidos y enojados por el sorpresivo resultado de las elecciones del domingo pasado y el duro golpe que significó tener que digerir la estremecedora realidad de una María Eugenia Vidal instalada en la gobernación de la PBA haciendo pata ancha en territorios que hasta ese día eran considerados bastiones inexpugnables para el partido de la reaccion conservadora. Muchos de esos asombrados, dolidos y enojados desde ese día caminan por la vida despotricando malamente contra propios, ajenos e indiferentes profiriendo insultos y proponiendo graves y profundas discusiones autocríticas(?) sobre supuestos errores y/o traidores y/o bombardeos mediáticos plenos de sucias campañas orquestadas por el artero enemigo.

Me viene a la memoria ese principio del saber militar que asegura que la infantería es la reina de las batallas. Es que sin ocupación efectiva del territorio no habrá victoria posible. Un buen ejemplo fue la guerra de Viet Nam donde a través de bombardeos estratégicos, el imperio desaforado desató la mayor lluvia de explosivos por metro cuadrado de toda la historia sobre un minúsculo territorio y sin embargo nunca alcanzó a ocuparlo ganando múltiples batallas pero perdiendo la guerra.

En democracia, una forma bastante mas civilizada de dirimir diferencias de intereses
que la guerra, lo principios no son muy diferentes, las batallas las ganan quienes al final han logrado ocupar efectivamente el territorio con tropa propia.

Después de una derrota y ante otra batalla inminente y definitoria, corresponde
necesariamente una mínima autocrítica para corregir los errores y debilidades mas groseras si eso es posible aunque por razones de oportunidad y tiempo es altamente desaconsejable sumergirse largas reflexiones teóricas, amargos reclamos, discusiones estériles y debates emocionales al interior de la fuerza propia. Abocarse a lo inmediato es lo urgente, en este caso se requiere lograr una victoria táctica en lo inmediato para luego abocarse a los objetivos estratégicos.

En el reportaje publicado en P12, realizado por Werner Pertot al intendente electo del partido de Tres de Febrero por la Alianza Cambiemos, Diego Valenzuela,  el intelectual orgánico y  actual funcionario de la administraión Macri en CABA y discípulo académico de otro orgánico de la reacción conservadora como lo es el historiador militante don José Luis Romero, nos explica como hizo para ganale a Curto después de 24 años:
"Hay varios factores. El primero: ellos abandonaron la calle, no tenían mesas en las esquinas. Recién se las vio al final y tenía un componente burocrático: el empleado que estaba mirando la hora. Nosotros, durante casi tres años, hicimos contacto directo con el vecino. No con actos, con el dirigente adelante y el público atrás intermediados por punteros. No pagué sueldos. Fue toda militancia voluntaria. El timbreo fue una herramienta muy usada. En segundo lugar, el desgaste lógico de una gestión que acumuló problemas y hacía obras porque venía la elección. Y en tercer lugar, la boleta fue competitiva: Macri, cuando empezó, tenía una potencia incierta y hoy estamos ante un posible presidente, además Vidal puso un plus y nos ayudó muchísimo. Le saqué 13 puntos a Curto."
La alianza que representa la reacción conservadora apoyada por el masivo bombardeo estratégico que representaron los medios concentrados pero sobre todo ocupando metódicamente el territorio con tropa propia de la mano de punteros y aliados secretos ganaron una  batalla histórica en su guerra contra el proyecto Nacional y Popular.

El 22/11 está allí nomás y parece que hay que volver a ganar la calle para impedir una derrota completa, lo demás no importa nada.


martes, 3 de noviembre de 2015

Seguro, Sancho, sucedió por modo de encantamiento

Como cada domingo Scaletta nos ayuda a pensar nuestra realidad desde el suple Cash en P12

Encantamiento

 Por Claudio Scaletta
Es necesario rechazar los lugares comunes. Si se acepta el sistema democrático debe dejarse a un lado el jaurecheanismo extendido de que las clases medias votan mal cuando están bien. En estos casos, antes que filosofar sobre las cualidades y calidades del voto, resulta más útil, a los fines prácticos, intentar decodificar los mensajes de las urnas. Daniel Scioli ganó las elecciones por varios puntos, pero el resultado comparado y la necesidad de segunda vuelta marcaron un innegable retroceso.
Las causas de esta pérdida fueron primero económicas. El 54 por ciento de 2011 fue el resultado del crecimiento prácticamente ininterrumpido iniciado en 2003. El único resultado electoral adverso del período, por si faltasen elementos, fue el de 2009, no por la crisis del campo, sino por el freno transitorio provocado por la crisis internacional de 2008. El 37 por ciento del 25 de octubre, y sobre todo los apenas 3 puntos de diferencia con el segundo, pueden explicarse por el freno de la economía a partir de 2012, con el 2014 a la cabeza. Los 17 puntos de diferencia con 2011 son consecuencia del descontento de quienes sienten no necesariamente que están mal, pero sí estancados. El votante siempre quiere más; es su pulsión biológica. Alrededor de este dato pueden tejerse discursos de seguridad, narcotráfico, inflación, presión impositiva, “institucionalidad”, pero el problema de fondo es el bienestar económico. La idea de un “cambio” abstracto no hubiese prendido en 2011, pero tuvo oportunidad de hacerlo en el tardío 2015. Este descontento relativo no puede combatirse electoralmente con el listado de logros del oficialismo de los últimos 12 años. El votante que integra esta franja de 17 puntos no es en promedio el más politizado y contabiliza los logros como derechos adquiridos. Está pensando en su futuro.
Mientras tanto, vale preguntarse cómo es posible que una franja de la población vote en contra de sus intereses objetivos, de clase; sean trabajadores, pequeños comerciantes o empresarios orientados al mercado interno. Cómo puede ser que vuelvan a elegirse las políticas que llevaron a la economía a los peores tropiezos de la historia y a la gran crisis de 2001-2002, a los picos de pobreza, desocupación y caída del producto, al hiperendeudamiento y la cesación de pagos. Cómo es posible que se destruya inesperadamente lo que llevó más de una década empezar apenas a reconstruir.
Todas estas preguntas van por el camino equivocado. No fue esta opción la elegida por los votantes que cambiaron su voto. Nadie en su sano juicio escupe inocentemente hacia arriba. Para comprender su comportamiento es necesario detenerse en qué prometió cada candidato.
El punto de partida es la economía frenada desde por lo menos 2012. Las causas de este freno son esencialmente dos: la reaparición de la restricción externa que se manifiesta en la escasez relativa de dólares y el cambio de las condiciones de la economía mundial. Quienes adhieren al pensamiento económico heterodoxo saben que si en este contexto adverso se hubiesen aplicado las políticas de la ortodoxia, la economía no estaría frenada, sino directamente en recesión. La salida de esta situación es una sola: un proceso de desarrollo planificado que transforme la oferta, la estructura productiva, para exportar más e importar menos, lo que a su vez requiere una macroeconomía que enfatice la demanda, única manera de sostener los volúmenes de inversión. Se trata de un proceso de carácter necesario si el objetivo es el crecimiento del empleo y la distribución del ingreso. Esta es la propuesta lógica que hizo explícita el candidato oficialista y que, por su naturaleza, también lo diferenció de la última década.
La propuesta de los economistas opositores es diferente: el regreso al mainstream. Para los interesados en el desarrollo puede ser una desgracia, pero su impacto, por una razón de subsistencia política, podría ser de baja intensidad. Es posible imaginar, con buena voluntad, un proceso exitoso en sus propios términos. El primer paso sería un ajuste cambiario recesivo que augura un verano tórrido, mediáticamente atribuible a la “herencia recibida”, pero que sería compensado más o menos rápido por ingreso de capitales, no sólo por el cambio de la regulación financiera, sino porque se liquidarían exportaciones inmediatamente, ya sin retenciones y favorecidas por el salto cambiario, y porque sería posible usufructuar nada menos que una de las mejores herencias del kirchnerismo: el desendeudamiento. Si al interior de la nueva fuerza gobernante no se imponen las opciones más gurkas escondidas durante la campaña, es posible que se apele también al gradualismo, lo que permitiría manejar inteligentemente la transición sin mayores sobresaltos. La economía se reconcentraría en sus ventajas comparativas; especialmente el sector agropecuario, el minero y el energético. Sería un aterrizaje suave hacia lo que se conoce como “modelo de desarrollo dependiente”, con estabilidad macroeconómica de mediano plazo y sin mayores conflictos al interior de las clases hegemónicas y frente a los poderes continentales. La contrapartida sería la vuelta al endeudamiento y la baja creación de empleo, lo que deprimirá la capacidad de negociación de los asalariados, es decir; baja inflación, bajos salarios y mercado interno acotado. Es también probable que se evite la confrontación política de privatizar YPF y Aerolíneas, pues no hace falta abandonar la propiedad estatal para reducir el peso de una empresa pública en sus sectores específicos. Hasta es posible que un gobierno neoliberal consiga superar una primera reelección, lo que abre una perspectiva de 8 años de macrismo. El peronismo que regrese, contra lo que sueñan algunos despistados, seguramente no será el kirchnerismo, el que será demonizado casi como política de Estado.
Queda un detalle. Si bien éstas son las dos opciones que se jugarán en el ballottage del próximo 22 de noviembre (desarrollo soberano con transformación de la estructura productiva versus desarrollo dependiente), no son las que visualiza la franja de votantes no politizados que dejó de votar al oficialismo. Mientras el sciolismo hasta publicó en forma de dos libros su propuesta y medidas para un programa de desarrollo que permita superar el estancamiento, el macrismo tomó la decisión audaz de no explicitar su propuesta. Siguiendo la receta de su gurú electoral Jaime Durán Barba, involuntariamente revelada por el ex secretario de Política Económica de la Alianza y actual diputado, Federico Sturzenegger, sus representantes económicos sólo expresan generalidades, no planes. Las respuestas que se escuchan cuando se demandan precisiones descolocan al interlocutor especializado: “La gente quiere sentirse segura, que no la roben”, “necesitamos más educación”, “Mauricio está muy preocupado por bajar la pobreza”, “queremos más transparencia y que se acaben los enfrentamientos entre argentinos”, “la inflación es un flagelo” y “es necesario terminar con el narcotráfico”. No alcanza con preguntar cómo lograr toda esta revolución de la alegría para un mundo sin problemas. Por más que se repregunte y se insista en que el tema de debate es la economía, las respuestas serán nuevamente las mismas. Pero si el votante menos politizado no lo advierte, más temprano que tarde podría tener que responder lo mismo que Don Quijote después de cada derrota: “Seguro, Sancho, sucedió por modo de encantamiento”.

Abuelas de la Plaza