martes, 30 de enero de 2018

Víctimas del mandato de masculinidad


“Hay formas de agresión entre varones que son también violencia de género. Yo afirmo que los varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad” 
(Rita Segato).



Rita Laura Segato (Buenos Aires, 14 de agosto de 1951) antropóloga y feminista argentina residente entre Brasilia y Tilcara. 

Es especialmente conocida por sus investigaciones que se han orientado a las cuestiones de género en los pueblos indígenas y comunidades latinoamericanas, a la violencia de género y a las relaciones entre género, racismo y colonialidad. Considera que las relaciones de género son un campo de poder y que es un error hablar de crímenes sexuales sino que deben considerarse "crímenes del poder, de la dominación, de la punición". (Wikipedia)


“UNA FALLA DEL PENSAMIENTO FEMINISTA ES CREER QUE LA VIOLENCIA DE GÉNERO ES UN PROBLEMA DE HOMBRES Y MUJERES”

Rita Segato es doctora en Antropología e investigadora. Es, probablemente, una de las pensadoras feministas más lúcidas de esta época. Y tal vez de todas las épocas. Ha escrito innumerables trabajos a partir de su investigación con violadores en la penitenciaría de Brasilia, como perito antropológico y de género en el histórico juicio de Guatemala en el que se juzgó y condenó por primera vez a miembros del Ejército por los delitos de esclavitud sexual y doméstica contra mujeres mayas de la etnia q’eqchi, y fue convocada a Ciudad Juárez a exponer su interpretación en torno a los cientos de femicidios perpetrados en esa ciudad. Su currículum es largo e impresionante.
Por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero
Más allá de todo prejuicio escandalizador, Segato ha propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las mujeres, entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende a  los géneros para convertirse en un síntoma, o mejor dicho, en una expresión de una sociedad que necesita de una “pedagogía de la crueldad” para destruir y anular la compasión, la empatía, los vínculos y el arraigo local y comunitario. Es decir todos esos elementos que se convierten en obstáculo en un capitalismo “de rapiña”, que depende de esa pedagogía de la crueldad para aleccionar. Es, en ese sentido, que el ejercicio de la crueldad sobre el cuerpo de las mujeres, pero que también se extiende a crímenes homofóbicos o trans, todas esas violencias “no son otra cosa que el disciplinamiento que las fuerzas patriarcales imponen a todos los que habitamos ese margen de la política, de crímenes del patriarcado colonial moderno de alta intensidad, contra todo lo que lo desestabiliza” (*). En esos cuerpos se escribe el mensaje aleccionador que ese capitalismo patriarcal de alta intensidad necesita imponer a toda la sociedad.
No es tarea sencilla entrevistar a Rita, que es una especie de torbellino, capaz de enlazar con extrema claridad y sutileza los argumentos más complejos. Se toma su tiempo para responder, analiza cada pregunta, la desgrana, profundiza y vuelve a empezar con una vuelta de tuerca sobre cada concepto. Tiene su propio ritmo y seguirlo puede ser un desafío.
—En el marco del alarmante crecimiento de los casos de violencia de género, ¿podría profundizar en el concepto que desarrolló de que la violencia letal sobre la mujer es un síntoma de la sociedad?
—Desigualdad de género, control sobre el cuerpo de la mujer, desde mi perspectiva, hay otras feministas que no coinciden, acompañan la historia de la humanidad. Sólo que, contrariamente a lo que pensamos y a eso que yo llamo prejuicio positivo con relación a la modernidad, imaginamos que la humanidad camina en la dirección contraria. Pero los datos no confirman eso, al contrario, van en aumento. Entonces tenemos que entender cuáles son las circunstancias contextuales e históricas. Una de las dificultades, de las fallas del pensamiento feminista es creer que el problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida. La vida se ha vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad, tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no puede más y tiene muchas dificultades para poder serlo. Y esas dificultades no tienen que ver como dicen por ahí, porque está afectado por el empoderamiento de las mujeres, que es un argumento que se viene utilizando mucho, que las mujeres se han empoderado y que los hombres se han debilitado por ello y por lo tanto reaccionan así… No. Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los transforma en sujetos impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el empleo cuando lo tienen, la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de varias formas, el desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin, el mundo se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una situación de precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres, sino como una consecuencia de la precarización de la vida, de la economía, de no poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de bienestar. Y eso también va en dirección de otra cosa que vengo afirmando: que hay formas de agresión entre varones que son también violencia de género.Yo afirmo que los varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad. Con esto no estoy queriendo decir que son víctimas de las mujeres, y quiero dejarlo bien en claro porque se me ha entendido de una manera equivocada muchas veces. Estoy diciendo que son víctimas de un mandato de masculinidad y una estructura jerárquica como es la estructura de la masculinidad. Son víctimas de otros hombres, no de las mujeres. Y esto también quiero dejarlo en claro, no es que el hombre se volvió impotente porque las mujeres se potencian, sino que se volvió impotente porque la vida se volvió precaria y los deja impotentes.

—Muchas mujeres reciben esta violencia como algo normal. ¿Por qué?

—Por eso, sobre todo en España, al principio, cuando en las primeras campañas por los derechos de la mujer empezaron a aparecer estas mujeres golpeadas en la televisión, fue muy fuerte y causó mucho impacto. Plantear que la violencia doméstica es un crimen creo que fue el mayor avance de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw), es decir, que algo que es una costumbre puede ser un crimen. Es dificilísimo sobre todo en el campo del derecho dar ese paso, porque el derecho es como la santificación de todo lo que es la costumbre como ley. Pero la Cedaw dice: esta costumbre es un crimen, no puede ser transformada en ley. En ese caso de la violencia doméstica, de las violaciones domésticas se ha marchado en el camino de comprender que es un crimen. Ahora, lo que nos da a nosotros una pauta, una luz para entender mejor todo ese tema, es que cuando hay un óbito, cuando aparece un cuerpo, un asesinato de mujer nunca fue natural, ni antes ni ahora ni nunca. Y ahí vemos que hay una dificultad del derecho y del Estado en ganar terreno en este campo. Porque, sin ninguna duda, están en aumentando cada vez los feminicidios, ese verdadero genocidio de mujeres que estamos viviendo, de varias formas. Y eso lo sabemos porque ya hay más de 10 años de estadísticas en la mayor parte de los países.  Y además el avance en lo legal y lo forense respalda esta afirmación.

—Usted plantea que la violación es un acto disciplinador, un crimen de poder. ¿Qué se juega el agresor sexual en esos casos?

—Bueno, ese concepto es de altísima complejidad. Le cuesta mucho a la sociedad comprender a qué apunto. Mucha gente de bien, muy moral, saltó contra esto e intenta rápidamente diferenciarse de ese sujeto que considera anómalo, criminal, inmoral, en fin todo lo malo que se deposita en ese sujeto, en ese chivo expiatorio que es el agresor… y los otros hombres se salvan y dicen yo no soy eso. Yo eso lo pongo bajo un signo de interrogación. Yo creo que aquel último gesto que es un crimen, es producto de una cantidad de gestos menores que están en la vida cotidiana y que no son crímenes, pero son agresiones también. Y que hacen un caldo de cultivo para causar este último grado de agresión que sí está tipificado como crimen… pero que jamás se sucedería si la sociedad no fuera como es. Se sucedería en un psicópata, pero la mayor cantidad de violaciones y de agresiones sexuales a mujeres no son hechas por psicópatas, sino por personas que están en una sociedad que practica la agresión de género de mil formas pero que no podrán nunca ser tipificadas como crímenes. Por eso mi argumento no es un argumento antipunitivista de la forma clásica, en el sentido de que no se debe punir o sentenciar. Sí tiene que haber leyes y sentencias que sólo algunas veces llegan a materializarse. Pero en nuestros países sobre todo, en el mundo entero, pero especialmente en América Latina, de todos los ataques contra la vida, no solamente los de género sino de todos en general, los que llegan a una sentencia son una proporción mínima.  La eficacia material del derecho es ficcional, es un sistema de creencias, creemos que el derecho lleva a una condena. Pero claro que tiene que existir, el derecho, todo el sistema legal, el justo proceso y la punición. Lo que yo digo es que la punición, la sentencia no va a resolver el problema, porque el problema se resuelve allá abajo, donde está la gran cantidad de agresiones que no son crímenes, pero que van formando la normalidad de la agresión. Ninguno tomaría ese camino si no existiera ese caldo de cultivo.

—¿Y por qué algunos hombres toman ese camino y otros no? Porque si es un problema social ¿no afectaría a todos por igual?

—Y bueno, porque somos todos diferentes… yo no te puedo responder eso. Lo que sí te puedo asegurar es que los índices serían muchos menores si atacáramos la base, o sea, el hábito, las prácticas habituales. Tampoco hablo de una cultura de la violación, porque se habla mucho de eso, sobre todo en Brasil. Se habla mucho de una cultura violadora. Está bien, pero cuidado con la culturalización, porque el culturalismo, en el abordaje de estos temas, le da un marco de “normalidad”, de costumbre. Como se hace con el racismo por ejemplo… es una costumbre. Yo tengo mucho miedo a esas palabras que terminan normalizando estas cuestiones.

—En relación a este tema, sobre que la violación es un crimen de poder, disciplinador, eso ¿se juega de la misma manera en el caso de los abusos de menores? Ya que generalmente los niños son abusados en su mayoría en las relaciones intrafamiliares o por integrantes de sus círculos cercanos, ¿se puede hacer una misma lectura o es distinto el análisis?

—Yo creo que es un análisis distinto, porque ahí si entra la libido de una forma en que yo no creo que entra en las violaciones de mujeres. Yo no he investigado mucho ese tema, lo que sí puedo decir al respecto es que el agresor, el violador, el asediador en la casa lo hace porque puede. Porque también existe una idea de la paternidad que proviene de una genealogía muy antigua, que es el pater familias, como es en el Derecho Romano, que no era como lo concebimos hoy, como un padre, una relación parental. Sino que el padre era el propietario de la mujer, de los hijos y de los esclavos, todos en el mismo nivel. Entonces eso que ya no es más así, pero que en la genealogía de la familia, como la entendemos, persiste… la familia occidental, no la familia indígena. Pero sí la familia occidental, que tiene por debajo en sus orígenes la idea de la dueñidad del padre. Entonces, eso aun está muy patente. Tengo estudiantes que han trabajado este tema. Por ejemplo, el caso de un pastor evangélico que violaba a todas sus hijas, y lo que sale de ese estudio es que el hombre, en su interpretación, era dueño de esos cuerpos. Eso es algo que no está más en la ley, pero sí en la costumbre. Y el violador también es alguien que tiene que mostrarse dueño, en control de los cuerpos. Entonces el violador doméstico es alguien que accede a esos cuerpos porque considera que le pertenecen. Y el violador de calle es alguien que tiene que demostrar a sus pares, a los otros, a sus compinches, que es capaz. Son variantes de lo mismo, que es la posesión masculina como dueña, como necesariamente potente, como dueño de la vida.

—En su experiencia, ¿el violador se puede recuperar de alguna forma, con la cárcel o con algún tratamiento?

—Nunca vi un trabajo de reflexión, no lo podemos saber porque el trabajo que debemos hacer en la sociedad que es primero entender y luego reflexionar nunca fue hecho. Sólo después de hacer el trabajo que está pendiente todavía de hacer en el sistema penitenciario, podemos llegar a ese punto. No hay elementos suficientes. No estoy hablando de psicópatas. Porque, a diferencia de lo que dicen los diarios, la mayor parte de las agresiones sexuales no son perpetradas por psicópatas. Los mayores perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que son hombres. Si no se comprende qué papel tiene la violación y la masacre de mujeres en el mundo actual, no vamos a encontrar soluciones.
Quedan pendientes tantos temas… hablar, por ejemplo, sobre el papel de los medios que, según sus propias palabras, colaboran con exhibir públicamente la agresión a las mujeres hasta el hartazgo, haciendo de la victimización de las mujeres un espectáculo de fin de tarde o después de misa, reproduciendo hasta el hartazgo los detalles más morbosos y funcionando así como el “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”….  Esos y tantos otros. Será en otra oportunidad. La estaremos esperando.

*EXTRACTO DEL LIBRO “LA GUERRA CONTRALAS MUJERES”, DE RITA SEGATO. 

Sí, y el Papa no es católico

Nutritivo y contundente texto sobre la vejez de la recientemente fallecida Ursula K Le Guin, publicado en el suplemento RADAR de P12 que fue tomado de su libro "No hay tiempo para ahorrar: pensar en lo que importa"

En 2014 recibió la Medalla de la Fundación Nacional del Libro por Contribución Distinguida a las Cartas Americanas. En su discurso, ella denunció el mercantilismo en la publicación.

"Vivimos en el capitalismo. Su poder parece ineludible", "También lo hizo el derecho divino de los reyes. Cualquier ser humano puede ser resistido y cambiado por los seres humanos. La resistencia y el cambio a menudo comienzan en el arte y muy a menudo en nuestro arte, el arte de las palabras".

Animales de otra especie

Por Ursula K. Le Guin
No querer saber demasiado sobre volverse viejo (no quiero decir más viejo, sino viejo: 80 años y más) es probablemente una estrategia de supervivencia humana. ¿Para qué sirve saber algo antes de tiempo? Ya lo vas a averiguar cuando llegues ahí. Una de las cosas que la gente encuentra con frecuencia cuando llega ahí es que los más jóvenes no quieren escuchar sobre el tema. Así que la conversación sobre ser viejo tiene lugar sobre todo entre viejos. Y cuando la gente más joven le dice a los viejos lo que es la vejez, los viejos pueden no estar de acuerdo pero rara vez discuten. Yo quiero discutir, un poco. En el poema “Oven Bird” Robert Frost hacía una pregunta operativa: “¿Qué hacer con una cosa disminuida?”. Los norteamericanos creen firmemente en el pensamiento positivo. El pensamiento positivo es bárbaro. Funciona mejor cuando está basado en una evaluación realista y una aceptación de la situación real. El pensamiento positivo basado en la negación no está tan bien. Cada persona que se hace vieja tiene que evaluar su situación, que puede cambiar pero rara vez mejorar y hacer lo mejor que pueda con el resultado. Creo que la mayoría de los viejos aceptan el hecho de que lo son –nunca escuché a nadie de más de 80 decir “no soy viejo”–. Y hacen lo mejor que pueden con el tema. Además, ¡consideren la alternativa! Mucha gente joven, que ve la realidad de ser viejo como enteramente negativa, considera negativo aceptar la edad. Quieren lidiar con los viejos con espíritu positivo y les niegan su realidad. Con buenas intenciones, la gente me dice: “¡Oh, pero no sos vieja!” Sí, y el Papa no es católico. “Sos todo lo vieja que te sientas” Ahora, no me van a decir que haber vivido 83 años es una cuestión de opinión. “Mi abuelo tiene 90 y camina doce kilómetros diarios”. Qué suerte tiene el abuelo. Espero que nunca se encuentre con la vieja molesta Artritis y su maligna compañera Ciática. “¡Mi abuela vive sola y sigue manejando su auto a los 99!” Bien por la abuela, tiene buenos genes. Es un buen ejemplo, pero no uno que la mayoría de la gente pueda imitar. La vejez no es un estado mental. Es una situación existencial. ¿Le dirían a una persona paralizada de la cintura para abajo “¡No tenés una discapacidad! ¡Estás tan paralizado como quieras estarlo! ¡Mi primo se rompió la espalda una vez pero se sobrepuso y ahora se está entrenando para un maratón!”. Dar ánimo a través de la negación, aunque sea con buenas intenciones, resulta contraproducente. El miedo casi nunca es sabio y nunca es amable. ¿A quién estás tratando de alegrar, además? ¿Al viejo? ¿De verdad? Decirme que mi vejez no existe es decirme que no existo. Si se borra mi edad se borra mi vida.
Por supuesto, eso es lo que muchos realmente jóvenes hacen inevitablemente. Los chicos que no han vivido con viejos no saben ni lo que son. Así los hombres viejos aprenden la invisibilidad que las mujeres aprendieron veinte o treinta años antes. Los chicos en la calle no te ven. Y si te ven, con frecuencia es con indiferencia, desconfianza, o la animosidad que se siente frente a animales de otra especie.
Los animales tienen códigos de etiqueta distintivos para evitar o desactivar su irracional miedo u hostilidad. Los perros se huelen ceremoniosamente los culos, los gatos ceremoniosamente mean en los bordes territoriales. Las sociedades humanas nos proveen de artefactos más elaborados. Uno de los más efectivos es el respeto. No nos gusta el extraño, pero el compartamiento cuidadosamente respetuoso para con él evita su disgusto, y así se elude el estéril gasto de tiempo y sangre que implica la agresión y la defensa. En sociedades menos orientadas al cambio que la nuestra, una gran parte de la información cultural útil, incluidas las normas de comportamiento, es enseñada por los viejos a los jóvenes. Una de esas reglas, y no es sorprendente, es la tradición del respeto a la vejez. En nuestra crecientemente inestable sociedad, orientada al futuro y conducida por la tecnología, con frecuencia los jóvenes son los que marcan el camino, quienes les enseñan a los viejos qué hacer. ¿Así que quien respeta a quién y por qué? Cuando no hay presión social detrás, el comportamiento respetuoso se vuelve una decisión, una elección individual. Esto es moralmente problemático cuando la decisión personal se confunde con la opinión personal. Una decisión que merezca ese nombre está basada en la información, en la observación, en el juicio intelectual y ético. La opinión puede estar basada en ninguna información. En el peor de los casos, sin chequeos de juicio o tradición moral, la opinión personal refleja sólo ignorancia, celos y miedo. Así que si decido –si mi opinión es– que vivir un tiempo largo sólo significa volverse feo, débil, inútil y molesto, no gasto respeto en la gente vieja, así como si mi opinión es que los jóvenes son escalofriantes, insolentes, poco confiables e imposibles de enseñar, no voy a gastar respeto en ellos. El respeto con frecuencia ha sido forzado abusivamente y casi siempre estuvo mal asignado (los pobres deben respetar a los ricos, todas las mujeres deben respetar a todos los hombres etc). Pero cuando se aplica con moderación y juicio, el requerimiento social del comportamiento respetuoso hacia a los otros, que reprime la agresión y requiere de autocontrol, da lugar al entendimiento. Crea un espacio donde pueden crecer el aprecio y el afecto. Creo que la tradición de respetar la edad en sí misma tiene alguna justificación. Solamente seguir adelante con la vida diaria, hacer cosas que siempre fueron tan fáciles que ni siquiera las notabas, todo eso se vuelve más difícil con la vejez hasta que se puede necesitar coraje real para seguir. La vejez generalmente implica dolor y peligro e inevitablemente termina en la muerte. Aceptar este hecho requiere coraje. Y el coraje merece respeto.

Este texto pertenece al último libro de Ursula K. Le Guin, No Time To Spare: Thinking About What Matters, publicado en diciembre de 2017. Se trata de una recopilación de entradas del blog donde la escritora no escribía ficción sino que trataba temas cotidianos como la vejez, las creencias, el mundo literario y la política. Ursula K. Le Guin murió el 22 de enero, a los 88 años, en su casa.

viernes, 12 de enero de 2018

El cucú del infierno

 ... somos lo que fingimos ser, 
así que debemos tener cuidado con lo que fingimos ser.
 - KURT VONNEGUT

La ficción producida por un autor creativo y habilidoso muchas veces da mejor cuenta de los fenómeno sociales que muchos cientistas. A continuación transcribo unos fragmentos de Madre Noche de Kurt Vonnegut que refieren a un fantástico ".. cucú del infierno ..." para describir las características de una mente totalitaria ...
"Nunca he visto un demostración mas sublime de la mente totalitaria, una mente que se podría comparar con un sistema de engranajes cuyos dientes se han limado al azar. Esta máquina de pensar de dientes desparejos, impulsada por una ibido común o inferior a la medi a, funciona con la inanidad convulsiva, ruidosa y chillona de un reloj cucú en el infierno."
[...] "Lo mas apabullante de la mente totalitaria es que los engranajes mutilados están rodeados por hileras de dientes en estado de impecable mantenimiento, que funcionan a la perfección.De ahí el reloj cucú del infierno: da la hora exacta por ocho minutos y treinta y tres segundo, se adelanta catorce minutos, da la hora exacta por seis segundos, se adelanta dos segundos, da la hora exacta por do horas y un segundo, se adelanta un año.Los dientes faltantes son verdades sencillas y evidentes, verdades accesibles y comprensibles aun para los niños, en la mayoría de los casos.Se trata de la eliminación intencional de algunos dientes del engranaje, la omisión intencional de ciertos datos obvios."
[...] "Por eso Rudolf Hess, el comandante de Auschwitz, podía usar los altavoces para alternar una música excelsa con llamadas para los transportadores de cadáveres ..."
Fragmentos del Capítulo 38. Oh, dulce misterio de la vida de la novela Madre Noche de Kurt Vonnegut - La bestia Equilátera 2016.

El mal pornográficamente exhibido y el bien supuestamente subrepticio y clandestino aparecen unidos en un personaje polémico que finalmente resuelve su conflicto de una manera ejemplar aunque nada de lo que ocurrió pueda ser cambiado. Si bien la obra fue escrita y publicada en 1961 y refiere a la vida de un espía estadounidense a la vez que presunto nazi residente en Alemania durante la segunda guerra tiene ciertos pasajes que podrían se usados para describir situaciones y modos comunes en nuestra sociedad actual bajo el régimen fascista que hoy padecemos.
Probablemente ello ocurra debido a que el pensamiento totalitario siempre es igual y se comporta como el cucú del infierno. 

Hasta la próxima.


lunes, 18 de diciembre de 2017

"Los monstruos existen ..." somos nosotros ...

Reproducimos la nota de Federico Pavlovsky en la contratapa de P12 de hoy ...

Rostros familiares

Por Federico Pavlovsky

El 10 de julio de 1941, en un impronunciable pueblo de la Polonia ocupada, Jedwabne, a 190 km de Varsovia, se produjo uno de los hechos más crueles e increíbles que registra la Segunda Guerra Mundial. Durante algunas horas de ese día de verano, un pueblo de 3000 habitantes fue el escenario en donde se desarrolló un asesinato colectivo. Ese día, mil quinientas personas mataron o vieron matar a otras mil seiscientas, éstas últimas de origen judío, y en el exterminio no hubo ninguna distinción entre hombres, mujeres, niños y ancianos. Solo siete personas sobrevivieron al ser salvadas por una familia polaca (el matrimonio Wyrzykowski) que, justamente, por ese acto de solidaridad fue perseguida por años. La historia, tan escalofriante como atroz, fue negada por décadas hasta que el historiador polaco judío Jan T. Gross publicó en el año 2001 el libro, Vecinos: El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, una publicación que se convirtió en bestseller en Estados Unidos y Polonia, donde desató un debate nacional sin precedentes. El libro se construyó recogiendo el testimonio de las únicas siete personas que sobrevivieron a la masacre, y en los archivos de dos juicios celebrados por las autoridades comunistas en 1949 y 1953. Una de las particularidades de esta masacre es que en la Polonia ocupada por los nazis, los alemanes no ordenaron la matanza ni participaron de ella, tan solo se limitaron a autorizar el devenir de los acontecimientos y sacar fotografías. Un crimen colectivo realizado por una comunidad de vecinos, de individuos “comunes”, en donde la mayoría de los hombres participaron activamente, y el resto observó de forma pasiva pero cómplice. La secuencia fue desvastadora. Con golpes y diversas torturas, todos los judíos fueron arrastrados dentro de un granero, encerrados ahí, para luego prenderles fuego. Sometidos a toda clase de humillaciones, los judíos fueron obligados a realizar actos de feria, ejercicios gimnásticos ridículos, y toda una serie de vejámenes antes de ser ultimados por sus vecinos. A esto le siguió la confiscación de los bienes “abandonados”, el silencio generalizado, y un olvido sistemático y colectivo de lo acontecido. Las personas fueron aniquiladas, pero sus propiedades intactas fueron apropiadas por sus ejecutores. Gross señala que se trató de un asesinato en masa en un doble sentido, por el número de las víctimas y por el número de los verdugos. Los mataron de modo frenético, barbárico, y de múltiples maneras, a unos con herramientas de metal, a otros a cuchilladas, a otros a estacazos.


Uno de los elementos más perturbadores de esta historia es que rompe el arquetipo de monstruo que comete actos inhumanos. Como señala el texto de Gross, en Jedwabne los verdugos fueron unos polacos normales y corrientes. Eran hombres y mujeres de todas las edades, y de las profesiones más diversas. Buenos ciudadanos. Y lo que vieron los judíos, para mayor espanto y desconcierto, lo último que alcanzaron a ver, fueron solo rostros familiares. Vieron a sus propios vecinos devenidos en asesinos voluntarios. Un ejemplo en donde la horda, la furia de una masa resentida que por distintos motivos se contamina con las ideas de diferencia y superioridad, elimina los límites y las responsabilidades individuales. Distintos informes detallan que los habitantes de Jedwabne de la posguerra sabían perfectamente que los judíos del pueblo habían sido asesinados por sus vecinos durante la guerra, y no por los nazis.

La historia permaneció prácticamente oculta hasta la publicación de Gross (2001) y cobró una mayor difusión gracias al estreno de la extraordinaria película polaca, “Poklosie”, (o “Secuelas” 2012). Escrita y dirigida por Wladyslaw Pasiloski, narra la historia de la matanza y recibió en Polonia severas críticas, amenazas, y un verdadero boicot por parte de sectores nacionalistas polacos que niegan lo ocurrido ahí, y en otros pueblos similares, ya que éste no fue el único caso. Recomiendo leer el reportaje publicado en Páginai12, realizado por Luis Bruschtein, a la filósofa y poeta Laura Klein, “Jedwabne, la vergüenza de los polacos”, ya que ella tuvo familiares asesinados en ese pueblo. Así, también, el artículo de Ana Wajszczuk en el diario La Nación, “La vecindad del mal”.

La historia de Jedwabne representa un acontecimiento testigo de hasta dónde puede llegar un grupo de personas comunes, de rostros amigables y familiares, ante ciertas circunstancias de contagio del odio más visceral, y donde no hay ninguna cabida para la reflexión y la empatía. 

En la obra teatral Potestad, de Eduardo Pavlovsky, un médico conquista al público a través de un relato dramático donde detalla cómo ha sido despojado de su hija. Esta emoción se revierte sorpresivamente en los minutos finales del monólogo, cuando revela su condición de médico apropiador de la dictadura. Por aquel entonces, muchas personas le recriminaron al autor-actor haberle otorgado rasgos tiernos y cálidos al personaje del genocida.

El escritor y maestro del terror Alberto Laiseca decía que los monstruos existen. No se refería, por supuesto, a seres con colmillos, Quasimodos, u hombres-mosca, sino que hablaba más bien del comportamiento de los seres ordinarios, de aquellos que habitan en tantos pueblos lejanos y ciudades cercanas de este mundo, y que pareciera que solo están esperando a que alguien se anime a dar la orden de ataque.

Abuelas de la Plaza