domingo, 2 de marzo de 2008

La mariposa y la mirada del otro



"La marioneta no es un actor que habla
sino una palabra que se mueve".
Paul Claudel

"En los campos de concentración en Alemania, donde estuvieron recluidos niños había siempre dibujos de mariposas".

Allí donde está el sufrimiento extremo, aparecen las mariposas como símbolo de la mutación, del cambio, de que hay otra cosa diferente después de esta, como símbolo de que la esperanza es el último refugio.



Crónica de una historia verídica

Hoy, a diferencia de otras veces, quisiera alejarme de las noticias "importantes" sobre los hechos políticos de nuestro tiempo y contarles una pequeña gran historia tal vez más importante que todos los hechos que podamos recopilar y comentar recogidos por los principales medios de difusión de noticias.
Hoy quiero hablar de algo muy pequeño, muy personal.

Es una historia que pasó hace no mucho tiempo en una ciudad latinoamericana que pudo haber sido cualquiera si no fuera porque es aquella en la que yo vivo.

La historia la recibí de boca de alguien que trabajando para una entidad oficial que se ocupa de menores en situación de riesgo le tocó ser testigo y enfrentar una situación particularmente dolorosa, terriblemente conmovedora y definitivamente llena de un mensaje de esperanza.

Se trataba del caso de una menor, enferma celíaca, que había sido traída por su tío a un hospital de la gran ciudad desde el interior de una provincia.

Vivía en el monte en un rancho donde según el tío la había encontrado abandonada por su familia y enferma.

El tío, definitivamente carente de los recursos para garantizar la subsistencia y el tratamiento de la niña, la deja en el hospital y se regresa a su provincia sin aviso y dejar contancia de domicilo ni datos de filiación alguno que lo conecten con ella.

Ante este nuevo abandono, la niña cuya enfermedad crónica no tiene cura, es derivada por el juzgado de menores a una institución donde queda en custodia como es habitual para estos casos hasta definir su situación. Su destino probable era el de ser trasladada a un hogar sustituto provisorio en cuanto el juzgado decidiera que eso era viable y encontrara alguno disponible y además confiable.

En el centro de reclusión, perdón, en el instituto, la niña comparte el espacio de encierro con otros menores en situación similar . . . o no.

Allí, en ese depósito de personas menores de edad, conviven quienes fueron violados junto con quienes violaron. Aquellos que sus padres están presos y no tiene otros familiares que se hagan cargo, los que tal vez robaron, tal vez los que pudieron haber matado, algunos que hace muchos de sus pocos años son consumidores y/o posibles revendedores de drogas varias, los hijos de parejas disgregadas de clase media que son pasto de divorcios feroces.

Lo único similar era que todos ellos carecían de un hogar aceptablemente constituido donde vivir.

En fin, una miríada de pequeños despojos humanos que nuestra sociedad va fabricando día a día y disponiéndolos consecuentemente en ese lugar hasta encontrar otro menos molesto para la consciencia.

Abandonada nuevamente en este ámbito de encierro, la niña venida del monte, desencadena un proceso de depresión profunda que la sume en un autismo total y así termina por cortar toda comunicación con otras personas quedando encerrada en sí misma.

Un día, supuestamente debido a la angustia y a la depresión generada por este encierro, la niña intenta el suicidio.

Sube sin ser notada por las escaleras del oscuro edificio hasta el último piso y se escabulle a la cornisa por una ventana que carece de rejas, tal vez la única, por estar ésta en un área de circulación restringida para los "internos" como ella. Un descuido.

Seguramente aquella única ventana sin rejas ya habrá sido debidamente y sólidamente enrejada para preservar la vida y la integridad de los internos.

Desde allí arriba con la mirada perdida, la niña que llegó del monte amenaza con saltar al vacío.

El revuelo comienza, abajo en el patio los curiosos, internos, empleados, etc, se agolpan y observan el drama.

Las partes de la sociedad sensible e insensible representada por aquellas personas a las que les tocó estar en aquel lugar ese día, se horroriza.

Allí, al pie de una escalera entre ese público, está mi testigo, desde allí vio como alguna persona con medio cuerpo fuera de aquella ventana sin rejas, intentaba hablar con la niña en la cornisa e intentaba convencerla de que desistiera de su intención de saltar.

Por fin alguien tuvo "la idea", con una mano extendida hacia la niña sosteniendo un teléfono celular le grita: - ¡te llama tu mamá!

La cara de sorpresa de la pequeña, el asombro, el instante de duda, la niña intenta tomar el teléfono y unos brazos fuertes que la sostienen firmemente y la ingresan por aquella ventana sin rejas que le había permitido salir.

Ahora es cuando interviene mi testigo haciéndose cargo de su tarea de asistente especializada en establecer vínculos con el segmento poblacional de menores en situación terminal o de riesgo y trata de establecer alguna comunicación con la pequeña suicida.

Para eso utiliza la principal herramienta de trabajo de su especialidad.

Uno de sus títeres.

Con el títere la niña habla. Habla por primera vez desde su internación. Habla y cuenta su historia en el monte y su viaje a la ciudad con el "tío".

Una historia de abuso sexual, de violencia doméstica, posible asesinato de un hermano, hambre, enfermedad y miseria. Ante tamaño horror, el títere cae lentamente sobre el regazo de mi testigo que pregunta:

- ¿Pero porque nunca contaste todo esto?

- Nunca le dije nada a nadie antes porque no me preguntaron.

- Yo tampoco te pregunté.

- Pero vos me miraste.

Mi testigo me decía que no trabaja nunca gratis, lo que ocurre que no siempre le pagan con dinero.

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