Hoy, después de tantos días de mi última entrada al blog y sin haber incluido aún comentario alguno respecto del triste final del prólogo (porque solo fue eso, un prólogo) del sainete dramático telúrico que podría denominar :
“Las nuevas y entretenidas aventuras de dos compinches, José de la Calle y Pedro de la Tierra, de la disputa entre la plaza de los artesanos y la tertulia cultural pasando por el cajero automático y de cómo el bueno de don José una vez más terminó muy contento con su traste al aire sin un duro en la bolsa enredado por las sagaces artimañas del astuto Pedro”.
Hoy, digo, después de que pasaran todos éstos días desde aquel brillante espectáculo circence brindado por una sociedad nuevamente dedicada a la desgastante rutina de una supuesta disputa por el poder del dinero, espectáculo con una verdadera y mítica estructura dramática que hizo que todos nosotros, durante meses, estuviéramos en vilo las 24 horas del día discutiendo interminablemente sobre temas que nunca podremos comprender completamente, pero que seguramente no eran lo importante.
Otra vez la mascarada democrático burguesa en su doble y alternativo papel de inocente damisela violada y de rudo macho violador pudo más.
Hoy más que ayer, todos somos un poquito más víctimas y merecedores de la “summa” de la discriminación positiva.
Para cambiar de tema pero no tanto me gustaría ahora compartir con ustedes unos párrafos del libro de Élisabeth Badinter: Hombres/Mujeres - Fausse route – Cómo salir del camino equivocado. Fondo de Cultura Económica – 2003 – Buenos Aires, que leí afanosamente hace ya un tiempo y me parece interesante recordar ahora por el negocio ese de la “discriminación positiva”
El texto de Badinter está destinado a expresar la opinión personal de la autora sobre ese gran tema que es el feminismo en el mundo occidental.
Si bien el libro está focalizado especialmente hacia esa problemática, expresa conceptos teóricos subyacentes muy interesantes al momento de extenderlos a otros temas de similares características y sobre los que podrían aventurarse no pocas extrapolaciones.
Es decir cómo enfrentar las problemáticas relaciones de las supuestas minorías supuestamente débiles y supuestamente discriminadas con las supuestas mayorías supuestamente fuertes y supuestamente discriminantes.
Lo de supuestamente viene a cuento de que todos esos sustantivos carecen de sentido verdadero si no decimos quién es el que los pronuncia y en qué circunstancias.
Esto comenzaría a tener un sentido si pensamos que, en teoría, ambos roles de discriminador y discriminado, podrían estar permanente y simultáneamente superpuestos en cada individuo dependiendo del recorte de la realidad que se está realizando.
Antes de que voces progresistas aúllen de ira pidiendo mi cabeza clavada en la punta de una pica expuesta en la plaza pública por el tufillo derechoso, reaccionario, fascista, machista, o cualquiera otros “oso” o “istas” que les parezca que pudieran oler en estas palabras mías, quiero dejar muy en claro que no es mi intención minimizar o menospreciar en lo más mínimo los verdaderos y muy actuales y permanentes dramas sociales de las múltiples “minorías discriminadas” o como sea que sea políticamente correcto llamarlas.
El punto, en cambio, sería que no siempre es bueno lo que es bueno y listo, pior lo menos para los hombres que no para los dioses si existieran para los que los absolutos son cosa cotidiana.
El agua para el sediento es la vida pero para el náufrago es su muerte de modo que aquí les va algo de parte de alguien que parece ver como importante la posibilidad de poder “discriminar” y recién entonces tomar unas decisiones más o menos adecuadas y conducentes hacia una forma de vida mejor.
Por de pronto Badinter, nos dice (y yo suscribo) que “Todo sufrimiento reclama denuncia y reparación”, bien.
Pero mas luego advierte que - “Hay menos interés (social) en aquella (mujer) que realiza hazañas que en la víctima de la dominación. La superchica tiene mala prensa”. Interesante.
Pensemos en las analogías posibles con otras comunidades, tribus o segmentos sociales que nos rodean y atraviesan.
Vende mucho más la vecina que por la TV nos cuenta cómo dos jóvenes mataban a la anciana en Gonzalez Catán para robarle.
Factura mucho más la sangre de la ingle del torero corneado en Madrid derramándose sobre la pantalla de la TV a la hora de la cena en las mesas de Buenos Aires.
Es entonces razonable pensar que sería necesario “discriminar”, desmenuzar la información recibida, analizarla, conocer algo más antes de simplemente comprarla tal y como viene. Sobre todo si pensamos que la información nos llega como consecuencia de un contrato comercial donde el único objeto de la transacción misma es convertirla en mercancía con un precio y producir una ganancia.
La autora, refiriéndose al polémico tema de la ¨contraconcepción¨ reflexiona: “Francoise Héritier tiene razón al insistir sobre nuestra tendencia a pensar la diferencia bajo la divisa de la jerarquía y de la desigualdad, pero tal vez se equivoque al ligarla a la apropiación masculina de la fecundidad femenina. Esta última ha desaparecido y pensamos siempre la diferencia en términos de desigualdad. Esto podría significar que es más difícil desembarazarse de esta categoría mental que de la supremacía masculina.
La igualdad en la diferencia es un deseo, una utopía, que implicaría un considerable progreso de la humanidad y no solo del género masculino.
Como se puede observar, las mujeres no son menos prisioneras de esa categoría que los hombres”.
Más adelante se remite a un estudio de Grudun Schwartz sobre las mujeres SS que incluye las declaraciones de una sobreviviente del campo de concentración nazi de Gross-Rosen donde narra lo siguiente: “Las que nos golpeaban eran las civiles alemanas. Las vigilantas SS no se oponían. Nos golpeaban y torturaban tanto cómo podían”.
Otro testimonio similar decía: “Sin la participación de las mujeres (médicas, profesoras, religiosas, madres, etc ….) no hubiera habido tantas víctimas” y agrega: “ . . concluye lacónicamente que …, las mujeres SS no fueron objeto de una investigación autónoma”.
Refiriéndose a la calidad y bondad de las diversas formas legales / sociales / morales / políticas para tratar este tema de las “minorías discriminadas” dice: “ya es tiempo de patear el tablero y renunciar a una ideología responsable de semejante desastre (se refiere al feminismo fundamentalista) …..es también tiempo de recordar que ninguna religión ni ninguna cultura puede tener la última palabra contra la igualdad de los sexos.
Sea o no algo deseado, esta igualdad está mejor garantizada por la ley universal que se impone a todos que por el relativismo que abre el camino a todas las excepciones”.
Es precisamente este tipo de reflexión la que de propone extrapolar a otros “ismos / istas” que supuestamente se arrogan la dudosa defensa de los derechos cercenados de alguna minoría.
Sobre el final del libro deja sentado que “No se puede a un tiempo distinguir entre hombres y mujeres como dos entidades con intereses diferentes y militar por la diferenciación de los roles que, sin embargo, es el único camino hacia la igualdad de los sexos.”
Esta definición es la que me llevó a elegir estos comentarios como tema del día, el camino hacia la verdadera igualdad viene a ser el de la diferenciación; esto podrá sonar mal o desafinado pero si nos detenemos a pensar veremos que nunca podremos avanzar en el camino de la unión e igualdad si sólo vemos una parte (discurso único) de la película.
Es muy fácil caer en las trampas que el “discurso único y políticamente correcto” que la modernidad nos tiende a cada paso.
Discriminar es absolutamente imprescindible e inevitable si se desea verdaderamente tomar decisiones que tiendan a “elevarnos moral y espiritualmente” claro que nunca debemos olvidar que si basados en esa habilidad nos dedicamos a crear fronteras separatistas infranqueables, ya sea ideológicas, virtuales, de alambre, de cemento, de papel, etc, so pretexto de defender a la/s víctima/s estaremos segregando, o sea cambiando el sentido de la ecuación, ese sería el camino equivocado del que habla Badinter.
Hasta la próxima.