“Hay formas de agresión entre varones que son también violencia de género. Yo afirmo que los varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad”
(Rita Segato).
Rita Laura Segato (Buenos Aires, 14 de agosto de 1951) antropóloga y feminista argentina residente entre Brasilia y Tilcara.
Es especialmente conocida por sus investigaciones que se han orientado a las cuestiones de género en los pueblos indígenas y comunidades latinoamericanas, a la violencia de género y a las relaciones entre género, racismo y colonialidad. Considera que las relaciones de género son un campo de poder y que es un error hablar de crímenes sexuales sino que deben considerarse "crímenes del poder, de la dominación, de la punición". (Wikipedia)
“UNA FALLA DEL PENSAMIENTO FEMINISTA ES CREER QUE LA VIOLENCIA DE GÉNERO ES UN PROBLEMA DE HOMBRES Y MUJERES”
Rita Segato es doctora en Antropología e
investigadora. Es, probablemente, una de las pensadoras feministas más lúcidas
de esta época. Y tal vez de todas las épocas. Ha escrito innumerables
trabajos a partir de su investigación con violadores en la penitenciaría de
Brasilia, como perito antropológico y de género en el histórico juicio de
Guatemala en el que se juzgó y condenó por primera vez a miembros del Ejército
por los delitos de esclavitud sexual y doméstica contra mujeres mayas de la
etnia q’eqchi, y fue convocada a Ciudad Juárez a exponer su interpretación en
torno a los cientos de femicidios perpetrados en esa ciudad. Su currículum es
largo e impresionante.
Por
Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero
Más allá de todo prejuicio escandalizador,
Segato ha propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las
mujeres, entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende
a los géneros para convertirse en un síntoma, o mejor dicho, en una
expresión de una sociedad que necesita de una “pedagogía de la crueldad” para
destruir y anular la compasión, la empatía, los vínculos y el arraigo local y
comunitario. Es decir todos esos elementos que se convierten en obstáculo en un
capitalismo “de rapiña”, que depende de esa pedagogía de la
crueldad para aleccionar. Es, en ese sentido, que el ejercicio de la crueldad
sobre el cuerpo de las mujeres, pero que también se extiende a crímenes
homofóbicos o trans, todas esas violencias “no son otra cosa que el
disciplinamiento que las fuerzas patriarcales imponen a todos los que habitamos
ese margen de la política, de crímenes del patriarcado colonial moderno de alta
intensidad, contra todo lo que lo desestabiliza” (*). En esos cuerpos
se escribe el mensaje aleccionador que ese capitalismo patriarcal de alta
intensidad necesita imponer a toda la sociedad.
No es tarea sencilla entrevistar a Rita, que es una
especie de torbellino, capaz de enlazar con extrema claridad y sutileza los
argumentos más complejos. Se toma su tiempo para responder, analiza cada
pregunta, la desgrana, profundiza y vuelve a empezar con una vuelta de tuerca
sobre cada concepto. Tiene su propio ritmo y seguirlo puede ser un desafío.
—En el marco del alarmante
crecimiento de los casos de violencia de género, ¿podría profundizar en el
concepto que desarrolló de que la violencia letal sobre la mujer es un síntoma
de la sociedad?
—Desigualdad de género, control sobre
el cuerpo de la mujer, desde mi perspectiva, hay otras feministas que no
coinciden, acompañan la historia de la humanidad. Sólo que, contrariamente a lo
que pensamos y a eso que yo llamo prejuicio positivo con relación a la
modernidad, imaginamos que la humanidad camina en la dirección contraria. Pero
los datos no confirman eso, al contrario, van en aumento. Entonces tenemos que
entender cuáles son las circunstancias contextuales e históricas. Una
de las dificultades, de las fallas del pensamiento feminista es creer que el
problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres.
Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo que es
un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa la sociedad. Y
ahí pongo el tema de la precariedad de la vida. La vida se ha
vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad,
tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no
puede más y tiene muchas dificultades para poder serlo. Y esas
dificultades no tienen que ver como dicen por ahí, porque está
afectado por el empoderamiento de las mujeres, que es un argumento
que se viene utilizando mucho, que las mujeres se han empoderado y que los
hombres se han debilitado por ello y por lo tanto reaccionan así… No.
Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los transforma en sujetos
impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el empleo cuando lo tienen,
la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de varias formas, el
desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin, el mundo
se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una situación de
precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres, sino
como una consecuencia de la precarización de la vida, de la economía, de no
poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de bienestar. Y
eso también va en dirección de otra cosa que vengo afirmando: que hay formas de
agresión entre varones que son también violencia de género.Yo afirmo que los
varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad. Con esto no
estoy queriendo decir que son víctimas de las mujeres, y quiero dejarlo bien en
claro porque se me ha entendido de una manera equivocada muchas veces. Estoy
diciendo que son víctimas de un mandato de masculinidad y una estructura
jerárquica como es la estructura de la masculinidad. Son víctimas de otros
hombres, no de las mujeres. Y esto también quiero dejarlo en claro, no es
que el hombre se volvió impotente porque las mujeres se potencian, sino que se
volvió impotente porque la vida se volvió precaria y los deja impotentes.
—Muchas mujeres reciben esta
violencia como algo normal. ¿Por qué?
—Por eso, sobre todo en España, al
principio, cuando en las primeras campañas por los derechos de la mujer
empezaron a aparecer estas mujeres golpeadas en la televisión, fue muy fuerte y
causó mucho impacto. Plantear que la violencia doméstica es un crimen creo
que fue el mayor avance de la Convención sobre la Eliminación de Todas
las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw), es decir, que algo
que es una costumbre puede ser un crimen. Es dificilísimo sobre todo
en el campo del derecho dar ese paso, porque el derecho es como la
santificación de todo lo que es la costumbre como ley. Pero la Cedaw dice: esta
costumbre es un crimen, no puede ser transformada en ley. En ese caso de la
violencia doméstica, de las violaciones domésticas se ha marchado en el camino
de comprender que es un crimen. Ahora, lo que nos da a nosotros una pauta, una
luz para entender mejor todo ese tema, es que cuando hay un óbito,
cuando aparece un cuerpo, un asesinato de mujer nunca fue natural, ni antes ni
ahora ni nunca. Y ahí vemos que hay una dificultad del derecho y del Estado en
ganar terreno en este campo. Porque, sin ninguna duda, están en aumentando
cada vez los feminicidios, ese verdadero genocidio de mujeres que estamos
viviendo, de varias formas. Y eso lo sabemos porque ya hay más de 10 años de
estadísticas en la mayor parte de los países. Y además el avance en lo
legal y lo forense respalda esta afirmación.
—Usted plantea que la violación es un
acto disciplinador, un crimen de poder. ¿Qué se juega el agresor sexual en esos
casos?
—Bueno, ese concepto es de altísima
complejidad. Le cuesta mucho a la sociedad comprender a qué apunto. Mucha gente
de bien, muy moral, saltó contra esto e intenta rápidamente diferenciarse de
ese sujeto que considera anómalo, criminal, inmoral, en fin todo lo malo que se
deposita en ese sujeto, en ese chivo expiatorio que es el agresor… y los
otros hombres se salvan y dicen yo no soy eso. Yo eso lo pongo bajo un
signo de interrogación. Yo creo que aquel último gesto que es un
crimen, es producto de una cantidad de gestos menores que están en la vida
cotidiana y que no son crímenes, pero son agresiones también. Y que hacen un
caldo de cultivo para causar este último grado de agresión que sí está
tipificado como crimen… pero que jamás se sucedería si la sociedad no
fuera como es. Se sucedería en un psicópata, pero la mayor cantidad de
violaciones y de agresiones sexuales a mujeres no son hechas por
psicópatas, sino por personas que están en una sociedad que practica la
agresión de género de mil formas pero que no podrán nunca ser tipificadas como
crímenes. Por eso mi argumento no es un argumento antipunitivista de la
forma clásica, en el sentido de que no se debe punir o sentenciar. Sí tiene que
haber leyes y sentencias que sólo algunas veces llegan a materializarse. Pero
en nuestros países sobre todo, en el mundo entero, pero especialmente en
América Latina, de todos los ataques contra la vida, no solamente los de género
sino de todos en general, los que llegan a una sentencia son una proporción
mínima. La eficacia material del derecho es ficcional, es un sistema
de creencias, creemos que el derecho lleva a una condena. Pero claro
que tiene que existir, el derecho, todo el sistema legal, el justo proceso y la
punición. Lo que yo digo es que la punición, la sentencia no va a
resolver el problema, porque el problema se resuelve allá abajo, donde está la
gran cantidad de agresiones que no son crímenes, pero que van formando la
normalidad de la agresión. Ninguno tomaría ese camino si no existiera ese caldo
de cultivo.
—¿Y por qué algunos hombres toman ese
camino y otros no? Porque si es un problema social ¿no afectaría a todos por
igual?
—Y bueno, porque somos todos
diferentes… yo no te puedo responder eso. Lo que sí te puedo asegurar
es que los índices serían muchos menores si atacáramos la base, o sea, el
hábito, las prácticas habituales. Tampoco hablo de una cultura de la
violación, porque se habla mucho de eso, sobre todo en Brasil. Se habla mucho
de una cultura violadora. Está bien, pero cuidado con la culturalización,
porque el culturalismo, en el abordaje de estos temas, le da un marco de
“normalidad”, de costumbre. Como se hace con el racismo por ejemplo… es una
costumbre. Yo tengo mucho miedo a esas palabras que terminan normalizando estas
cuestiones.
—En relación a este tema, sobre que
la violación es un crimen de poder, disciplinador, eso ¿se juega de la misma
manera en el caso de los abusos de menores? Ya que generalmente los niños son
abusados en su mayoría en las relaciones intrafamiliares o por integrantes de
sus círculos cercanos, ¿se puede hacer una misma lectura o es distinto el
análisis?
—Yo creo que es un análisis distinto,
porque ahí si entra la libido de una forma en que yo no creo que entra en las
violaciones de mujeres. Yo no he investigado mucho ese tema, lo que sí puedo
decir al respecto es que el agresor, el violador, el asediador en la casa lo
hace porque puede. Porque también existe una idea de la paternidad que
proviene de una genealogía muy antigua, que es el pater familias, como
es en el Derecho Romano, que no era como lo concebimos hoy, como un padre, una
relación parental. Sino que el padre era el propietario de la mujer, de los
hijos y de los esclavos, todos en el mismo nivel. Entonces eso que ya no es más
así, pero que en la genealogía de la familia, como la entendemos, persiste… la
familia occidental, no la familia indígena. Pero sí la familia occidental, que
tiene por debajo en sus orígenes la idea de la dueñidad del padre. Entonces,
eso aun está muy patente. Tengo estudiantes que han trabajado este tema. Por
ejemplo, el caso de un pastor evangélico que violaba a todas sus hijas, y lo
que sale de ese estudio es que el hombre, en su interpretación, era dueño de
esos cuerpos. Eso es algo que no está más en la ley, pero sí en la
costumbre. Y el violador también es alguien que tiene que mostrarse
dueño, en control de los cuerpos. Entonces el violador doméstico es alguien
que accede a esos cuerpos porque considera que le pertenecen. Y el violador de
calle es alguien que tiene que demostrar a sus pares, a los otros, a sus compinches,
que es capaz. Son variantes de lo mismo, que es la posesión masculina
como dueña, como necesariamente potente, como dueño de la vida.
—En su experiencia, ¿el violador se
puede recuperar de alguna forma, con la cárcel o con algún tratamiento?
—Nunca vi un trabajo de reflexión, no
lo podemos saber porque el trabajo que debemos hacer en la sociedad que es
primero entender y luego reflexionar nunca fue hecho. Sólo después de hacer el
trabajo que está pendiente todavía de hacer en el sistema penitenciario,
podemos llegar a ese punto. No hay elementos suficientes. No estoy hablando de
psicópatas. Porque, a diferencia de lo que dicen los diarios, la mayor
parte de las agresiones sexuales no son perpetradas por psicópatas. Los
mayores perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que son hombres. Si no
se comprende qué papel tiene la violación y la masacre de mujeres en el mundo
actual, no vamos a encontrar soluciones.
Quedan pendientes tantos temas… hablar, por
ejemplo, sobre el papel de los medios que, según sus propias palabras, colaboran
con exhibir públicamente la agresión a las mujeres hasta el hartazgo, haciendo
de la victimización de las mujeres un espectáculo de fin de tarde o después de
misa, reproduciendo hasta el hartazgo los detalles más morbosos y funcionando
así como el “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”…. Esos y
tantos otros. Será en otra oportunidad. La estaremos esperando.