sábado, 9 de febrero de 2008

Traslado

Por éstos días se me dió por ordenar y clasificar mi bibiloteca que no es trabajo sencillo, ya se imaginan ustedes. En eso andaba cuando de pronto comenzaron a aparecerse los fantasmas. Sí, esos que siempre andan por los estantes entre los libros.
Es que una biblioteca con más de tres mil libros que fuera iniciada por cada unos de mis padres allá en los años ´30, bastante antes de conocerse, tiene fantasmas a mas de polvo.
Es que hay por ejemplo una "Antología Poética" de José Mármol que mi padre leyó a los doce años como él mismo anota en la contratapa, eso fue en 1941, año en que por ejemplo, Alemania invade la URSS dando comienzo a la Operación Barbarroja y encontré además un "Facundo" de Sarmiento que mi madre recibió como premio por sus notas de la escuela normal a los quince años, en 1936, año en que comienza la Guerra Civil Española. Miren ustedes si no hay fantasmas surgiendo del polvo.
Entre todo esto aparecen algunos borradores míos de los ´80 cuando en mis ratos de ocio me imaginaba poeta y escribía algunos versos que me ayudaban a soportar el dolor de los estertores de la mortal dictadura militar que en esa época se enseñoreaba por estas tierras.


Sé que ustedes no tiene culpa de mis melancolías pero qué va! a mí que ni me importa, así que aquí les va éste.


Traslado

Un hombre gris
se cuelga del último vagón.
Parte el tren
de las siete y cinco.
Diario, diario!
sesta, diario!
Salta el flaco
con el paco.
Parte!
Deja atrás el cemento frío
de un andén casi vacío.
Un chico masca chicle
sentado en el furgón,
dos mujeres cuchichean.
Ya arranca,
el ciego de la armónica,
empujando,
un absurdo chamamé.
Del otro lado viene
el chancho, pica y pica,
los colados se adelantan,
y una vieja bigotuda
lo putea por lo bajo cuando pasa.
La minita se separa,
en el vaivén,
del grandote que se apoya.
Mientras tanto,
aquí a mi lado,
un obrero que dormita
se golpea la cabeza contra el vidrio.
Ya es de noche.
Ya veo el dolor
de la capucha.
Nadie mira.
Es la muerte que
viaja con nosotros.
Ya regreso.

MCC


Y ya que estamos de melancólicos, aprovecho y les paso éste que es uno de mi padre que también apareció hoy entre las páginas de un libro suyo.



A LA MUERTE, COMPAÑERA

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!

¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
Quevedo

He comenzado a sentirte, oh dulce
compañera, oh esperada!
Hace ya muchos días que habitamos
esta misima celda cotidiana;
este diminuto perdón divino, esta santa parcela corruptible.
Aunque los siglos lo nieguen, y lo nieguen las claves,
los símbolos , los datos;
aunque lo niegue el pez en sus entrañas
y en su vuelo el palomo,
tú y yo sabemos
que está faltando poco para el salto
final de mis trincheras;
que los sauces, cada vez que los vemos,
oh, compañera! junto al río
están más verdes, más extraños
a la luz y a la viscosa
primera vocación de la ribera.
Nosotros solos percibimos
el número de meses,
de semanas, de días,
que nos faltan
para encontrarnos definitivamente.


MJC

Allá por los ´60

1 comentario:

Anónimo dijo...

VIII

A mi hijo Martín,
en el día que rompió
su primer barrilete

Entonces él estaba allí
y el tango deletreaba su agonía.
Un ángel era el verbo infantil y la dulzura
de una siesta de sol con barriletes.
hace frío en las manos,
en los piolines trenzados,
viejas mandolinas, acordeones
de gringos, y guitarras milongueras olvidadas.
Dale, ahora colea con el viento.
Repercute en el hueso, en el diafragama.
En el corazón las ganas bailan un malambo.
En el destierro del aire,
en la miseria del vuelo,
en la agonia.
El insulto del viento en la ribera
se lo llevó con muerte por la siesta.

Raro poema para un libro titulado "Con el puño entre los dientes" editato por ediciones "el barrilete" de un tal Martin Campos o el Tata para quienes supimos conocerlo

Abuelas de la Plaza