viernes, 12 de febrero de 2010

El racismo, los morrones y la iglesia del Socorro

Viernes, mucho calor en Buenos Aires, muchísimo calor.

Eran ya como las 7 y media de la tarde cuando la temperatura venía cayendo muy provincianamente desde los ardientes 31°C hacia unos apenas más respirables 29°C gracias a un suave vientito que se levantaba desde el este. Bajábamos algunos sudados laburantes caminando por Juncal hacia Retiro, no muy apurados porque cada paso era un mar de sudor que se perdía.

Habíamos pasado ya la Iglesia del Socorro hacia donde se dirigía, arrastrándose casi, una elegante y enjoyada viejecita a escuchar misa de ocho cuando vimos, allá en la esquina de Esmeralda, dos patrulleros con las lucecitas titilando junto a la acera donde se arremolinaban varias personas.

La maldita inseguridad seguro me dije, un asalto, o un arrebato, algo así . . . me fui acercado pausadamente y con cuidado, no vaya a ser que una bala perdida… pero curioso al fin. Mi morbo me lo estaba pidiendo a gritos. Quería ver que había pasado.

Personas bien vestidas, elegantes y añosas señoras con oros y platas colgando de las muñecas, señores atildados y vestidos con ropas de las mejores marcas, charlaban animadamente entre sí con sus prominentes vientres burgueses casi tocándose. Formaban un corrillo que ocupaba toda la vereda de la esquina obstruyendo el paso de los transpirados transeúntes que como yo regresaban a casa este calurosísimo viernes de febrero en Buenos Aires.

Muchos como yo habíamos arrancado de casa a las siete. Todavía tenía que caminar hasta Retiro y después me faltaba media hora de tren para llegar. Más de doce horas dando vueltas para ganar el sustento ese viernes.

Ya estaba cerca del grupo, los dos policías estaban en el medio, no parecía haber mucha violencia, parecía que el delito había sido evitado y estaban labrando las actas correspondientes. Ya podía ver claramente todo el cuadro.

La boliviana de pie al lado de la lonita sobre la que se podían ver unos tomates, algunos morrones, unas tunas, ajos y las clásicas bolsitas con especies. Las señoras y los señores vecinos del barrio la habían denunciado por la falta de vergüenza de ocupar la vereda con su “mercadería” y la acusaban a viva voz de ser la responsable del cierre de la verdulería de la otra cuadra. La autoridad policial cumplía diligente con su deber de preservar la propiedad pública y privada de los ciudadanos honestos y sus derechos a la “libertad de industria” que Alberdi enunció allá en los liberales albores constitucionales de nuestra nación. Claro no eran derechos a la “libertad de industria” de una boliviana pobre a los que se refería Alberdi.

Una señora que venía bajando por Juncal unos metros delante de mí, desde el cordón de la vereda y mirando al grupo con policías incluidos les gritó “delincuentes, ustedes son los delincuentes, la señora hace más de cinco años que vende sus cositas en esa esquina para vivir déjenla trabajar” mientras otra que estaba a su lado, un poco más joven, agregó “sí, déjenla trabajar o prefieren que salga a robar…”

Allá fuimos bajando por las últimas cuadras de Juncal hacia Libertador, pasamos frente al negocio de artículos para Polo, estribos, monturas, tacos, botas, bochas, etc., todo muy elegantemente presentado por cierto. Solo una de las botas alcanzaba para pagar la recaudación de un mes de la boliviana pensé.

“Estamos atravesando tiempos complicados” pensé en voz alta, “y serán peores si seguimos así” agregó la más joven. Seguimos caminando.

Mientras viajaba parado junto a la puerta del vagón, con la brisa sobre mi rostro y mirando hacia el aeroparque, trataba de imaginar lo que debió de haber pensado un profesor de matemáticas berlinés que regresando a casa un día de verano de 1937 vió como unos policías reprimían a un barbero judío rodeado por una barra de nazis enfervorizados de patriotismo.

Tal vez yo tenga que hacer algo al respecto ¿no?

Recién a las ocho de la noche llegué a casa que pagué con la trajeta SUBE que me regaló el gobierno peronista, pero eso es otra historia.

Hasta la próxima.

6 comentarios:

El anónimo dijo...

Muy buena historia.

MC dijo...

Gracias por leernos!

Polkiani dijo...

Gran posteo!

Lo que paso fue que la boliviana afectaba la seguridad juridica y el clima de previsibilidad que necesita todo empresario de bien para invertir en el pais.

Luz dijo...

.

Luz dijo...

No, lo que pasa es que la boliviana afea el paisaje. Tiene esos rasgos aborígenes y, encima mean paradas.

¿Qué falla genética hay que tener para ser tan despectivo y sorete con otro ser humano?

Muy bueno tu post, pero me quedé de lo más enojada.

PC dijo...

la realidad de cada día donde el mas rico patea al mas pobre, la pirámide de la sociedad capitalista la suelo llamar.

Abuelas de la Plaza