domingo, 29 de julio de 2012

Jacinto Aráuz y la dictadura Cívico-Militar

 Me llegó este relato en particular porque por esos pagos anduvieron mis abuelos trabajado en estacias, él como capataz y ella como ama de llaves de unos señores ricachones y fue allí donde Favaloro atendió a mi abuela antes de irse para volver famoso.
Esto que se relata pasó y mientras no se juzgen y condenen a los responsables seguirá ocurriendo eternamente.
 
 
Toda mi infancia y adolescencia transcurrieron en un pueblito del sur de La Pampa, Jacinto Aráuz. Allí pasaban cosas sorprendentes: vivíamos en El Reino del Revés.
Por ejemplo:
- El diario había que leerlo “a la inversa”. Se trataba de La Nueva Provincia, que venía desde Bahía Blanca y monopolizaba el acceso a la información. Cuando tuve edad de leerlo, mi padre me dio las instrucciones del caso, que eran muy simples: todo lo que ahí se consideraba bueno, era malo y viceversa. ¡Practiquísimo!
- Normalmente, en nuestro país se ensalza a la gente que “viene de afuera”. Pues en mi pueblo no: si alguien venía de otro lugar –y peor si era de una ciudad- despertaba la desconfianza y el resquemor de los lugareños. ¡Y peor aún si esa persona había estado, por dar un ejemplo, en un país tan alejado a nuestras costumbres como la India y compartía su experiencia! En ese preciso instante pasaba a engrosar una lista negra que, por esos días, se estaba confeccionando de manera secreta.
- Las personas que se preocupaban por el bienestar común y por la cultura eran tildadas de “comunistas” y por más que nunca hubieran estado en Rusia y fueran empresarios (ergo=capitalistas), se sospechaba que deseaban instaurar “ideologías foráneas” en el medio, lo que también los hacía formar parte de la lista antes mencionada.
- Y a personas que se pasaban gran parte de su vida útil tomando y jugando a las cartas en el club del pueblo se los veía como salvadores de la moral y las buenas costumbres…
¡No me digas que no era raro lo que sucedía en mi pueblo, perdido en la llanura pampeana! Ahí “nunca pasaba nada”, todos nos conocíamos y, gran parte de nosotros/as, estábamos emparentados, ya que proveníamos de una congregación protestante muy antigua, la Iglesia Evangélica Valdense, cuyos miembros habían mantenido las familias unidas por generaciones, pasando por exilios y persecuciones.
Un día de invierno, el 14 de julio de 1976, me desperté como siempre para ir al colegio y, al llegar a clase, me vi inmersa en la película de terror del Reino del Revés: donde normalmente circulaban los profesores, había soldados que nos apuntaban con armas largas; donde se bregaba por la buena convivencia y el respeto mutuo, los docentes eran arrancados de las aulas, esposados, encapuchados y arrastrados a vehículos que estaban apostados afuera; en vez de cultivarnos para ser personas de bien, estábamos siendo catapultados a la más feroz de las barbaries.
Y la historia no terminó ahí: mi padre -una de las personas más pacíficas y respetuosas que haya conocido en mi vida- fue secuestrado, bestialmente torturado y trasladado con destino incierto, junto a docentes del colegio. Los días subsiguientes fueron apresadas dos personas más. Esto ocurría con total impunidad, frente a los ojos de todos, desde el poder que da la prepotencia y siguiendo un plan ideado por un grupo de vecinos del mismo pueblo, quienes habían confeccionado la susodicha lista. “Tienen una lista y ahí figura tu padre”, me adelantó un compañero que, evidentemente, estaba al tanto de lo que les iba a pasar a los “enlistados”.
Las cosas siguieron patas arriba: ... (leer completo aquí)
Hasta la próxima.

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