Recibo un correo de amiga que debió haber sido una antigua militante del PC y que me reenvía otro que le mandó un "compañero, el de la orga" con el que está haciendo un taller en un conocido centro cultural de la Avenida del Libertador por los barrios de Núñez. Centro por cierto hoy recuperado para la militancia, que supo ser de "detenidos desaparecidos" allá por los años de plomo.
Pero volviendo al tema, mirá vos como son las cosas ¿no? porque recuerdo aquellas larguísimas tardes de mate y discusion política allá por los setentas con otros compañeros y militantes en la Línea Recta de la FI de la UNyPdeBA, interminables discusiones con los compañeros del PC donde se ellos se negaban a aceptar la validez de nuestra militancia en el peronismo de aquellos años desde el marxismo. Discusiones donde más de una vez nos íbamos a las manos.
Pues así, casi cuarenta años mas tarde, hoy, es una de aquellas compañeras la que seducida por la bulliciosa movida militante de los tiempos que corren, me reenvía ese mail donde me en un artículo de Norberto Galasso me reencuentro con un viejo conocido de quién el 22 de setiembre se cumplieron 35 años de su fallecimiento.
Nunca olvidado, pero pero debo reconocer no muy frecuentado por mí en los últimos tiempos, allí está Hernández Arregui, aquél que escribió entre otros libros "LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA NACIONAL"
Incentivado por ese correo, me puse a navegar por El Ortiba y por allí rescaté este fragmento que me parece memorable y pleno de actualidad.
Creo que vale la pena leerlo o releerlo si es que queremos de buena fe tratar de entender y/o explicar qué significa el peronismo sin tener caer en los fascículos dominicales que el filósofo oficial del peronismo publica en Página. (de onda che)
Alli va.
LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA NACIONAL
(1930-1960)
Juan José Hernández Arregui
INTRODUCCIÓN
II. El liberalismo y la Iglesia
Si el liberalismo en su ascenso, necesitó ya en el siglo XVIII, de la libertad burguesa a fin de resistir el autoritarismo de la Iglesia, es natural que haya creído, y no sin razón, en la libertad.
Estos valores liberales (libertades políticas, de conciencia, de pensamiento, de comercio) contenían los gérmenes de la decadencia del sistema en su conjunto. Las clases sociales víctimas de esas libertades, encontraron en su ejercicio político, el instrumento activo para atacarlas, revisarlas, criticarlas, negarlas. Las ideas democráticas se volvieron contra su creadora histórica, la burguesía, que ahora, dentro de la cruda realidad del capitalismo, debía soportar la crítica sobre su función histórica de clase.
La misma Iglesia no podía escapar al proceso histórico. Enemiga del liberalismo en tanto ligada al orden feudal de la nobleza, apeló a la burguesía para subsistir. Y su tesis religiosa de la libertad de la persona humana no fue más que una variante, un ajuste teológico, al liberalismo victorioso.
La Iglesia Católica y el liberalismo, formaron un compromiso hipócrita. La solución política, luego de la lucha liberal contra el absolutismo monárquico, fue el término medio de la monarquía constitucional, sistema a través del cual la burguesía ingresaba al conservatismo santificado por la Biblia. En este período muchos católicos se hicieron liberales y a su vez, estos reconocieron las tradiciones religiosas como cemento del orden social.
Liberalismo y catolicismo, más allá de circunstanciales disputas, han marchado unidos frente a la amenaza revolucionaria de las clases bajas.
Este liberalismo, como fenómeno histórico general, fue fecundo y además revolucionario, aunque llevaba en sus entrañas las semillas de la reacción.
La predicción de Marx sobre la incapacidad del capitalismo para controlar las fuerzas que había desanudado y que condenaban al liberalismo en un determinado momento de su desarrollo histórico, a echar por la borda una libertad que al transfigurarse en lucha de clases no solo negaba, en su antinomia viviente, el concepto mismo de esa libertad, sino que anunciaba su anulación real por el despotismo, revelando simultáneamente, a los idealistas eternos, la contradicción interna del concepto puro, reflejo político de una vida histórica desgarrada en su esencia. Cuando el libre cambio mercantil encontró en Bismark (Alemania) el competidor más peligroso, los liberales abandonaron la libertad a los profesores de filosofía. Es decir, la mandaron de paseo.
Por su parte, la Iglesia, mantuvo rasgo más ostensible, que ha residido y reside, en pactar con los poderes temporales dominantes.
El marxismo niega del liberalismo no su pujanza revolucionaria gigantesca, sino su putrefacción histórica. Es cierto que tanto el marxismo como la actual doctrina social de la Iglesia, son formaciones históricas derivadas del liberalismo. Pero mientras el espíritu conservador intenta mantener con retoques ese mundo, el marxismo busca destruirlo, sin dejar de aprovechar lo que el liberalismo ha significado como progreso irreversible en relación al desarrollo de las conquistas materiales útiles a la humanidad. Esta confusión, no puede extrañar. Está determinada ella misma por las ideologías en pugna. La historia es un enjuiciamiento incesante y no un conjunto de estampas iluminadas. En forma expresa, el marxismo se opone a la libertad burguesa, pero no porque desee perfeccionarla sino para aniquilarla, en tanto el reaccionario se opone a esa libertad del liberallismo para salvarse como burgués, no como revolucionario. De ahí que grupos enemigos, no de la libertad burguesa, sino de toda libertad frente a las clases bajas, se presenten como reformistas o revolucionarios. Tal fue el caso del fascismo. ¿En qué consistía esta revolución? "La Nación italiana –dice la Carta Italiana del Trabajo- es una organización con finalidades, vida y medios superiores a la acción de los individuos que la componen. Es una unidad moral, política y económica íntegramente realizada por el Estado fascista". Es evidente que semejante programa, no podía desagradar a la Iglesia, menos al liberalismo, que si enfrentó al fascismo no fue por cuestiones éticas, sino por las imposiciones del reparto del mundo planteadas por la guerra imperialista en su forma más sanguinaria. Así como del racionalismo del siglo XVIII devino la Revolución Francesa, su forma jacobina, el liberalismo ha promovido, no sólo el espíritu revolucionario de los trabajadores de Europa sino el levantamiento de los continentes coloniales enteros. Esta antítesis radical, niega toda comunidad ideológica entre el liberalismo y el marxismo. Fue Marx quien enfiló contra el liberalismo su crítica lapidaria. No la Iglesia.
Ese era Hernández Arregui, se definía a sí mismo como ". . . peronista porque soy marxista".
Como dice Galasso, un desconocido "maldito" de la cultura nacional que la Libertad de Empresa impidió que se leyera masivamente en colegios y universidades.
Hasta la próxima.