viernes, 4 de febrero de 2011

Oscar se mudó al otro barrio


Raro en él que solía despertar tarde y remolonear en la cama, hoy se despertó muy temprano, poco antes de las seis, se abrazó con Ala y después se fué.

Ayer habíamos hablado por teléfono y me reclamó que estábamos perdidos, que no lo visitábamos. Con ternura pero con firmeza me lo reprochaba y enunciaba su tristeza por ello.

Tenía mucha razón, no lo visitábamos desde antes de fin de año.

Y yo lo pospuse un día mas, solo un día, sin saber que era el último, sin saber que se iba. Aunque creo que él tampoco lo sabía.

Estaba enojado con Cablevisión por lo del aumento pero esperanzado en lo que pudiera hacer Cristina al respecto y de ultima en marzo cobraba el aumento ¡Que carajo!
¡Qué ovarios esa mina! me decía siempre.

Es que él vivía mirando la tele, y se veía todos los discursos de la presidenta, era una de las pocas cosas que podía hacer a esta altura por la inutilidad casi total de sus "patas" como el las llamaba y otras nanas, su menú eran las películas de culto y el cine arte, amaba las óperas y los conciertos y sobre todo no se perdía su infaltable 678 ultra K.
Cuando no miraba la tele se leía todo lo que tenía a mano, lo último fué Oliverio Girondo me contó Ala.

¿Oscar ultra K? No señor él había sido y en el fondo aún era un comunista de la vieja escuela, admiraba a Fidel y se había formado como realizador de marionetas en la Escuela de Arte de Praga en la vieja Checoeslovakia socialista a mediados de los años ´70s hasta donde habían logrado llegar con su compañera de toda la vida gracias a una beca otorgada por el gobierno Checoeslovaco que les permitió subsistir durante un año y medio. Cuando volvieron ya estaba instalada la dictadura.

Era admirador fana del Che y escuchaba embelesado los discursos de Chávez y Correa.

El "Gallego", como lo nombra siempre Ala, era porteño, ateo y anticlerical hasta lo mas profundo de sus vísceras. Siempre junto a su inseparable compañera recorrieron cientos de lugares, con sus marionetas y sus obras, desde Cuba hasta Ciudadela intercalando tanto un teatro como una escuela, un centro cultural o un geriátrico, cualquier escenario estaba bueno si había alguno que mirara y escuchara con mínima atención lo que tenían para decir.

Eso sí ni una coma se cambia, ni un gesto, ni un sonido, así o nada.

Ultimamente andaba medio bajoneado, la muerte de Néstor lo había golpeado demasiado y casi ni subía al taller. Había que limpiar y ordenar aquello, decía, pero nunca lo hizo ni aceptó ayuda para la tarea que quedaría pendiente.

Yo tuve el enorme honor de ser uno de los últimos sino el último en compartir con él un sitio en el taller,  trabajando codo a codo, aprendiendo. Me siento dichoso de haberlo conocido y de haber podido ser su discípulo adquiriendo aunque sea una mínima parte de su arte.

Tipo cabrón y de pocas pulgas decían algunos y él asentía con una sonrisa pícara mientras Ala confirmaba efusivamente aportando datos duros.  Aunque yo siempre lo encontré dispuesto a la charla amable, al debate respetuoso, al comentario cuidadoso. Muy serio cuando de lo suyo se trataba, irreductible ideológicamente, antiperonista en el ´55 que reconocía su tremendo error de juventud. Aunque crítico severo, era un profundo e incondicional defensor  de la gestión de Cristina, dispuesto, allí donde se lo veía apoyado en su bastón, pelear a quién se atreviera a cuestionarla arteramente.


Oscar se oponía fervorosamente a esa tradición naíf tan difundida en el medio titiritero de que el títere es algo animado, con alma propia y que tiene un ángel en la mirada.
Oscar siempre llamó muñecos a los muñecos y no por eso amaba menos su oficio y todo lo que del mismo surgía.

Sostenía que eran simplemente herramientas con las que el actor hacía lo suyo y ésto era  lo importante. Sostenía que el actor titiritero era eso, un actor, que estando siempre presente y a la vista aparecía y desaparecía en la mirada del público según lo requería la obra haciendo que el muñeco representara lo que él deseaba.

Cuando tuve mi primera charla con él para pedirle que me enseñara a hacer muñecos, lo primero que me dijo fue "¿para qué?", si ¿para qué querés hacer una marioneta? por que si no sabés para que nunca vas a poder hacer una verdadera marioneta.

Oscar se había jubilado y le decía a quien lo escuchara, - Gracias a Cristina que se acordó de nosotros. 

Nunca habían tenido tanta plata como ahora. Já! ¡Dos jubilaciones mínimas para ellos solitos!
Se podían dar los gustos sin pensar en que se morfaba mañana.

En fin, Oscar, me llamó ayer, charló conmigo por teléfono y quedamos que nos veríamos pronto. Pues así fue, nos vimos, aunque apenas alcancé a abrazarlo, hoy temprano cuando el tipo de la funeraria, ese coso alto y pelado, de traje y corbata oscuros se llevó su cuerpo inerte como un muñeco sin su actor y mientras nos dejaba con gusto amargo en la boca y un agujero en el corazón.
Oscar, el actor, se quedó acá, adentro rellenado ese agugero en el corazón.

Oscar Muñoz
Actor titiritero.
Tecnólogo especializado en técnicas de realización de muñecos, títeres y marionetas.
Becario en la Facultad de Teatro de La Academia de Arte de Praga (Checoeslovaquia 1973 a 1975)
Profesor de la Escuela Nacional de Títeres de Rosario.
Capacitador docente,.
Artesano.

Mi Maestro

Chau Oscar, hasta la próxima.

2 comentarios:

Sa dijo...

Una tristeza enorme. Un dolor feo. ¿Por qué se nos van esos viejos? Creo que todavía nos faltaban muchas charlas con el maestro.

Gracias por lo que escribiste, debe haber pocas palabras que lo pinten mejor.

Sa

Luis Rubén dijo...

Oscar Muñoz - HASTA SIEMPRE

Sobrevoló mi taller esta manana
el canto triste de un Cacuy latino
anunciaba, hermano, que te fuiste
y nos dejo el corazon partido.

En Plaza Italia se oyo el repiqueteo
de tu bastoncito compañero
y sostenia una sombra luminosa
que se encaminaba rumbo al cielo

Alicia se quedo desangelada
y tus bellos munecos huerfanitos
sollozan y lagrimean en la valija
privados del motor de tus manitos

Ahora reencontraras al Chucho Alcalde
Alejandra, Beba Ginevra, Pedro Asquini
aparecera el mate de seguro
y habra algun duende que los encamine.

Trajinamos munecos bien paridos
de la Sala Suipacha al Teatro Aplolo
y con tus viejos en Avellaneda
descubrimos que el pan era de todos.

Nos quedan los tesoros de tu estirpe
tu infinita bondad y tu alegria
tu traviesa sonrisa de zorrito
tu forma de compartir lo que tenias

Llorar es poca cosa o casi nada
para desahogar tanta triteza
te abrazo fuerte y escapa de mis brazos
un manojo de luz titiritera

Edgar Dario Gonzalez - Zurich 7 de febrero 2011

Abuelas de la Plaza