Gonzalo Kapp baleó a Lucas Rotela en Baradero, en
febrero de 2011. El Tribunal Oral 1 de San Nicolás coincidió con el
pedido de la fiscalía y la familia y lo condenó a perpetua.
Perpetua a un policía
Por él transitaron 25 testigos, entre peritos, policías, los amigos de Lucas, sus familiares. Kapp, que se encontraba detenido en la Unidad Penal N° 3, de San Nicolás, sostuvo durante las audiencias que desconocía que su escopeta estuviera cargada con postas de plomo. Su compañero de patrulla, Julián Cáceres, aseguró que había cargado las escopetas con dos cartuchos con postas de goma y tres con municiones de plomo. Kapp sostuvo que no sabía que el arma tenía cartuchos con postas de plomo. En un careo con Cáceres, éste aseguró que le había avisado y Kapp dijo entonces que, en ese caso, no lo había escuchado. De todas formas, incluso la versión de Cáceres fue dudosa: en la plaza Colón de Baradero, donde los policías habían perseguido a Lucas, Tito y Walter, no se encontró rastro de la envoltura de ninguno de los dos supuestos cartuchos de plástico verde, específicos de la carga de munición de goma, y ninguna de las 18 municiones de goma (cada cartucho porta nueve) impactó en el cuerpo de Lucas. Sólo encontraron una posta de goma en la plaza, sospechosamente aportada por uno de los colegas de Kapp tras minuciosa búsqueda. En cambio, la carga completa de un cartucho con postas de plomo, nueve municiones, fue hallada en el cuerpo de Lucas entre sus órganos deshechos.
Estupidez, pero con puntería. Demasiada prueba para sostener la versión. Para colmo, ni siquiera fue verosímil la negligencia: el fabricante indica que los disparos con balas de goma deben realizarse a más de 10 metros, para obtener sólo resultados disuasivos. Kapp dijo que lo hizo a más de 15. Los peritos lo desmintieron: se hubiera perdido buena parte de las municiones por el ángulo de dispersión. En cambio, dijeron que lo había hecho a menos de siete metros y todas dieron en el cuerpo de Lucas. Durante las audiencias, nadie pudo entender y Kapp no pudo explicar por qué disparó, y peor aún, por la espalda. La versión paraguas, lanzada por Rambo Franzoia, el jefe de la Bonaerense de Baradero, apenas dos horas después de baleado Lucas, decía que los chicos intentaban eludir un control y se investigaba un posible enfrentamiento, versión tan endeble que ni el propio Kapp la usó después en su defensa y prefirió más accesible la de la estupidez.
La explicación al porqué del disparo era bastante sencilla, pero más difícil de sostener para un simple oficial de Baradero: los policías son entrenados por sus instructores, incitados por parte de la sociedad y sus jefes, y legitimados por sus jerarquías, a acabar con la delincuencia, cuya caricatura es un adolescente, morocho y con capucha. Automáticamente, la Bonaerense de Casal pasó a ser un verde manzano y Gonzalo Kapp, un fruto erróneo. La diferencia con el resto de las manzanas fue que, en este caso, los jueces Cristian Eduardo Ramos, María Belén Ocariz y Laura Mercedes estuvieron dispuestos a sacudir esa rama.
El caso de Lucas arrimó, además, una notable diferencia con los casos mediáticos, caracterizados por víctimas de clase media en los que predomina el discurso de la inseguridad y en los que usualmente (salvo excepciones) no participa como ejecutor un uniformado: los familiares de Lucas no clamaron venganza ni pena de muerte. Sólo justicia. “Estoy conforme. Contento nunca voy a estar porque, si bien es el castigo que se merece, a mi gordo, como yo le decía a Lucas, no me lo devuelven ni mil años de prisión –dijo Miguel Rotela, padre del joven baleado, a la agencia Télam–. Hoy empieza el verdadero duelo. Lucas lo único que quería era vivir, él era feliz con su moto, algo tan simple. Los amigos eran su segunda familia, siempre lo recuerdan en los cumpleaños y dejan una silla libre”.
Nota publicada en Página 12 por Por Horacio Cecchi
Hasta la próxima
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