domingo, 11 de julio de 2010

Matrimonio, discriminación y poder

“Constatar una diferencia real no es discriminar”
Así reza en la carta redactada durante la 99ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, fechada el pasado 20 de abril de 2010 que debió ser leída en las iglesias de todo el país este domingo previo a la próxima batalla de la guerra de dios.
Este discurso elaborado por los barones de la iglesia católica argentina es simplemente una nueva muestra de la ya milenaria y genial habilidad en el arte de trasmutar verdades necesarias en otras verdades necesarias, habilidad que este colectivo ha sabido desarrollar y transmitir a lo largo del último par de miles de años. Habilidad, además, que no es producto, por cierto, de su autodenominada condición de “hombres de dios” sino de su más natural condición de “hombres a secas”, así, sin mujeres. Habilidad también definitivamente asociada al muy reconocible logro de no ser exterminados en el intento. (Ni ellos como grupo ni el hombre como un todo).

Hablemos de discriminación entonces.

Según el diccionario de la Real Academia esta voz tiene dos acepciones, la primera es “seleccionar excluyendo”. En un acto de poder discriminatorio, autoritario y unilateral dejaremos de lado al segundo de los significados mencionados.

Siguiendo la trama de la historia de la genealogía del término llegamos al abuelo etimológico de la palabra “discriminar” es decir a la palabra latina cernĕre es decir cerner.
Consultada que fue nuevamente la conservadora entidad rectora y normalizadora de la lengua española (casi tan o más conservadora que la misma iglesia católica) nos informa que este vocablo tiene ocho significados posibles relevados y tenidos por aprobados por ella.
En persistente actitud discriminatoria y autoritaria que nos caracteriza nos quedaremos nuevamente con el primero de los significados:
cerner (Del lat. cernĕre, separar): Separar con el cedazo la harina del salvado, o cualquier otra materia reducida a polvo, de suerte que lo más grueso quede sobre la tela, y lo sutil caiga al sitio destinado para recogerlo.
De aquí en adelante nuestra volátil imaginación nos lleva a pensar que si algunos hombres en el lejano pasado no hubieran desarrollado esta habilidad de cerner, en ambos sentidos de modo de hacer y modo de pensar lo hecho, es probable que toda la llamada civilización occidental y cristiana en la que estamos sumergidos nunca se hubieran desplegado de la manera en que la vemo hoy ya que el conocimiento mismo, en sus definiciones corrientes por estas zonas de la producción intelectual, está construido sobre la base de aquellos modos de hacer y pensar el primordial acto de cerner.

Este hecho se constituyó entonces en uno de los primero actos de poder del hombre en su camino a la construcción de “la civilización” en el sentido de occidental y cristiana. Acto de poder alimentarse con menos esfuerzo por ejemplo. Simultáneamente, con el acto de dis-cernir el hombre desarrolla la consciencia del poder construido y que reside en su cuerpo (y por lo tanto también en su mente) a partir de este pequeño saber. Avanza así aquel hombre de los comienzos en la edificación lenta y paciente del actual estado de cosas en la medida en que comienza a construir y acumular saberes, técnicas, conocimientos, verdades, es decir toda una serie de pequeños discursos de poder nacidas en el ámbito de lo doméstico es que luego se multiplican y difunden a través en la red social.
Desde aquel minúsculo poder personal, privado, doméstico, casero, se constituyen luego redes de poder encadenado que finalmente son colonizadas por concepciones mas generales de poder tal es, por caso, la iglesia católica que aunque no la única es sí de las más extensas.

Pues bien, si lo dicho fuera cierto, discriminar en el sentido de cerner sería entonces es un acto humano a la vez inevitable y permanente. Esta afirmación es de por sí polémica por supuesto pero continuando con esta línea razonamos ahora que no habiendo posibilidad de evitar la discriminación tanto como hecho cristalizado del pasado humano, cuanto por la inevitabilidad y permanencia de su reproducción cotidiana como método útil para asegurar un modo de existir, solo queda especular sobre las maneras y los modos en que los seres humanos hacemos uso de tal habilidad, en este caso de la mentada discriminación en tanto mecanismo de poder.

Hemos dicho que el acto de discriminar, discernir, cerner, implica un acto de micropoder, un acto casi íntimo y de índole poco menos que individual que luego se encadena con otros similares para estructurar una suerte de hecho social, de modo que analizar el uso de la capacidad discriminatoria significaría estudiar las formas en que el ser humano produce actos de poder. Aquí volvemos al principio, a la frase de la carta del consejo de los jerarcas católicos argentinos, frase que podríamos reescribir como “Discriminar no es constatar una diferencia real” sin que en ello perdiera el sacro sentido obispal pero que de ser cierta haría inútil lo que obviamente decidimos que sí lo es. Una verdadera paradoja.

Es que si un imaginario hombre primitivo en los remotos tiempos prehistóricos, en el mismísimo corazón del África, probablemente junto al río Nilo, no hubiera discriminado, es decir si no hubiera “constatado la diferencia real entre la harina y el salvado” es casi seguro que hoy no estaríamos aquí discutiendo la ley del matrimonio entre personas en medio de tanto ditirambo mediático. Sería un verdadero milagro divino bien distinto al actual si hubiéramos podido hoy estar tan luego discutiendo algo o simplemente que estuviéramos aunque sea sin discutir. No es esto un juicio de valor. ¿Quién sabe? Podríamos ser unos amables seres descerebrados y mucho más felices o tal vez no existiríamos siquiera. ¿Quién sabe?

El caso es que si aceptamos que aquí estamos, y discutiendo, entonces cabe pensar que lo que se discute nada tiene que ver con los modos y las formas legales del matrimonio como objeto de existencia real social mas alla de ser una costumbre como cualquier otra útil para conservar una cierta forma de enfrentarse con el medio ambiente.

Lo que se está discutiendo en verdad es esta cuestión de dis-cernir. Pero no sobre quién dis-cierne mejor la harina del salvado. Lo que discutimos todos en este aquí y ahora que nos toca, es sobre quién tiene el mejor producto del discernimiento, el más adecuado, el verdadero modo de hacerlo, es decir que estamos discutiendo sobre quién tiene la máquina de fabricación de verdad colectiva.
Esto no tiene nada que ver con lo natural o lo racional de los argumentos, ningún argumento basado en la “naturaleza real y verdadera” de las cosas es aquí válido en tanto que éstos pueden ser manipulados y de hecho inevitablemente lo son según las conveniencias, necesidades y criterios de quién los elaboren.
Por fin, simplemente somos autores, actores y público de la teatralización del poder, cada uno en diferentes niveles, en diferentes lugares.

Vemos así desde nuestros logares cómo el poder construido en la periferia, en la dimensión de cada individuo, en los intersticios domésticos de la sociedad y a partir de aquellos pequeños saberes y modos de registro y verificación de verdades; el poder es colonizado y disputado luego por grupos más generales para construir y ejercer poder global.
Parece al fin, que todos estamos gritando nuestras verdades, diciendo, susurrando, vociferando tanto en grupos pequeños, como solos o en medio de multitudes, ya sea en lugares cerrados o en las plazas, utilizando o no medios electrónicos de comunicación o a viva voz, a un amigo, a nuestra pareja, en la tribuna del club o en el colectivo.
De cualquier manera somos individuos que cada uno con nuestro pequeño fascista en la cabeza buscamos construir esas pequeñas verdades nuestras para producir efectos de poder sobre el prójimo que se nos cruce y aún si no se cruza ninguno allí estamos construyendo rápidamente uno para imponerle la más eficiente forma de someterse a nuestra voluntad.

Cabe esperar que en medio de esta movilización orgiástica de individualismos colectivos podamos vislumbrar el resultado, el producto de ella, es decir la construcción de poder global a la que estamos contribuyendo y cabe esperar que esta construcción por lo menos no sea inevitable o irreversible.

Hasta la próxima.
imagenes:    
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