martes, 1 de noviembre de 2011

“Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”

La villa y el aborto.
Celebrando el reciente dictamen favorable emitido por la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados respecto al proyecto que plantea la legalidad del aborto hasta la semana 12 de gestación, reproducimos las siguientes líneas que brindan un panorama sobre la problemática en las villas argentinas.

“…Muchos de los casos de aborto escuchados por los pasillos de la villa, correspondían a violaciones, y la decisión era tomada unilateralmente por la víctima. Varios de esos asuntos habían tenido que ver con relaciones sexuales -no consentidas por la mujer- entre personas del mismo seno familiar: Padrastros, padres, tíos –incluso parejas-  violentando adolescentes. Generalmente, el supuesto del novio o la pareja de la madre de jovencitas sin padres, lideraba el tétrico rumorómetro.
Mujercitas, rudamente arrebatadas de su inocencia, con suma vergüenza y culpa por sentirse provocadoras, temiendo haber defraudado a sus madres, acorraladas por la soledad y el silencio, decidían –con angustia, tristeza y bronca- encomendarse a perversas prácticas abortivas, dotadas de destructiva precariedad, únicas al alcance de sus escuálidos monederos. 
Clandestinas clínicas, propiedad de ambiciosos y/o siniestros “técnicos”, producían muertes prematuras o –con suerte- menoscabo absoluto de los órganos de procreación a partir de hemorragias e infecciones varias.
Bajo el lema “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”, grupos de género latinoamericano fueron promoviendo la protección de los derechos de la mujer en varios países del continente.
Sin embargo, grupos católicos conservadores, en paralelo, fueron persiguiendo y amenazando a las mujeres que deseaban garantizar sus derechos.
En los bajos barrios americanos, el aborto fue dejando un tendal de víctimas prevenibles.
Clarita y José Gabriel, juntos, caminaban hacia la inseguridad, la penuria, el pánico y el posible desenlace traumático: el circuito clandestino del aborto. Lo hacían, gracias al pavor de un sistema social que los privó de sus propios derechos a la educación sexual.
Y lo hacían dudando, temiendo, sangrando.
Antes de llegar, José Gabriel le planteó a su amada:
–¿Y si lo tenemo, Clarita?
–No, José. Vo lo dijiste antes. Nos cagamo la vida. Yo quiero recibirme de la secundaria, poder estudiar algo despué. Vo también. Si tenemo un hijo ahora ya decidimo olvidarno de todo eso, ya decidimo olvidarno de poder progresar, de poder salir de la villa…
–No tiene que ser así. Mirá la Mechay el Pancho que, bueno siguen viviendo en la villa, pero él tiene un buen trabajo, gana una luca y media, y ella despué de dejar el colegio por el bepi, ya está por terminar, y se anotó en enfermería, ya…
–Sí. Pero ellos tuvieron suerte, José. Te puedo nombrar un montón de pibas que andan cartoneando o de empleadas domésticas por cuatro moneda…
–Bueno. Si. Cuchame… Yo digo que hablemo con esta doctora que nos recomendó doña Manuela y despué decidamo, porque tengo miedo que más adelante no podamo tener hijos, Clarita. ¿A vos no te pasa igual?
–Si, gil, ¿Que te pensá, que me toy cagando de risa?… ta bien. Hablemo con la doctora. Quizá nos dice que no es tan grave, que se yo…
Con el corazón en la boca llegaron hasta la puerta de madera verde, debajo de la autopista, con cartones y chapas desviando las goteras del desagüe de la urbana carretera. El aspecto de la “clínica” no era auspicioso. Estuvieron a punto de marcharse. Sin embargo, golpearon la puerta.”*
*Fragmento del libro “Villa 31. Historia de un amor invisible” de Demian Konfino, de pronta aparición

Hasta la próxima

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