jueves, 18 de octubre de 2012

No había jóvenes en el paraiso.


Ministro al juzgado
Estamos siendo testigos de dos hechos històricos que apuntan a ampliar la base de quienes participan activamente en la vida polìtica de nuestra sociedad.

Jòvenes haciendo polìtica
Por un lado los alumnos de las escuelas secundarias de la Ciudad Autònoma se han convertido por fuerza de sus decisiones conscientes y colectivas en interlocutores vàlidos socialmente reconocidos por el poder polìtico, para la participar en defensa de sus intereses de grupo dando un ejemplo de coherencia y madurez polìtica que resulta impactante mas allà de toda crìtica circunstancial.

A la par, el senado de la Naciòn aprueba la ley que otorga el derecho al voto a los menores de entre 16 ya 18 años, ley que seguramente serà promulgada en breve y se aplicarà a partir de las pròximas elecciones.

A continuaciòn algunos pàrrafos tomados del artìculo Jóvenes al toque firmado por Eva Giberti en Página12. ( completo aquí)
Según el mito bíblico, en el Paraíso original no había niños ni adolescentes.
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En realidad, la que asumió la actitud juvenil en el Paraíso fue Eva, porque Ella decidió servirse la fruta del árbol que le aportaría los conocimientos referidos a lo que está bien y lo que está mal. Porque recordemos que había dos árboles fundamentales, y ése del que Ella se sirvió era aquel cuyo fruto garantizaba libertad de pensamiento, formas nuevas de conocer, en lugar de limitarse a obedecer el mandato patriarcal. Como sabemos, Adán –a quien sólo le faltaba una costilla– no pudo sostener su responsabilidad y la acusó a Ella. Mal, muy mal.
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En dos oportunidades, Bayer deja constancia de la presencia juvenil en el rito de las memorias vivas. Los muchachos que, sensibilizados por su necesidad de conocer más allá de lo autorizado, momificado y neutralizado, se niegan a obedecer los mandatos instituidos. Sin capricho, con argumentos y reclamo persistente. Hasta conseguir aquello que les corresponde ver, entender y revisar, en tanto y en cuanto no han sido testigos ni partícipes en los hechos acuñados por otros, y que no les son ajenos.

Hoy, las remeras inscriben en sus texturas las historias que se incluirán en los documentos históricos. Insolencia juvenil que se ejercita desde antaño, como una toma simbólica de lo que no se vivió. Pero es espíritu (el alma es otro significante que remite a los creyentes).

Quizá por eso, cuando leemos en las remeras juveniles la frase que ellos mismos transformaron en histórica (“Yo lo vi bajar los cuadros”), es más sencillo comprender por qué no había jóvenes en el Paraíso cuando se instituyó la obediencia como condición fundacional de la vida humana. El orden para convivir no necesariamente queda atrapado por ella, y cabe cuestionarla
(a la obediencia) cuando se acerca al abuso de poder.
 Hasta la pròxima.

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